Homicidio vs asesinato…

El homicidio es la acción de causar la muerte de otro ser humano. Jurídicamente, es un delito que consiste en matar a alguien, por acción u omisión, con intención o sin intención, sin que concurran las circunstancias de alevosía, precio o ensañamiento, propias del asesinato. Supone, por tanto, un atentado contra la vida de una persona física, bien protegido por el derecho.

El asesinato es una forma de homicidio que constituye un delito contra el bien jurídico de la vida de una persona física, de carácter muy específico, que consiste en matar a una persona incurriendo en ciertas circunstancias específicas, dependientes del legislador, tales como la premeditación, la alevosía, el precio, la recompensa, la promesa o el ensañamiento aumentando deliberada e inhumanamente el dolor del ofendido. Es un tipo de homicidio calificado. Se considera asesinato cuando una persona causa la muerte de otra y lo lleva a cabo con alguno de los tres supuestos (o los tres juntos) de ‘alevosía’ (se realiza a traición o cuando se sabe que la víctima no va a poder defenderse), ‘ensañamiento’ (aumentando deliberada e inhumanamente el sufrimiento de la víctima) o ‘concurrencia de precio’ (cometiendo el crimen a cambio de una retribución económica o material).

Reloj de agua…

Los relojes de agua son uno de los instrumentos más antiguos para medir el tiempo.​ La salida en forma de cuenco es la forma más simple de un reloj de agua y se sabe que existió en Babilonia, Egipto y Persia hacia el siglo XVI a.C.

El reloj de agua, o Fenjaan, era el dispositivo de cronometraje más preciso y utilizado habitualmente para calcular la cantidad o el tiempo que un agricultor debe tomar agua de un qanat o pozo para el riego. El qanat era la única fuente de agua para la agricultura y el riego en la zona árida, por lo que era muy importante una distribución justa del agua. Por lo tanto, se elegía una persona mayor e inteligente para ser el gestor del reloj de agua llamado MirAab, y se necesitaban al menos dos gestores a tiempo completo para controlar y observar el número de fenjanes y anunciar hora exacta de los días y de las noches desde la salida del sol hasta el ocaso para que los accionistas normalmente se dividían entre los propietarios diurnos y los propietarios nocturnos.

El Fenjaan consistía en una olla grande llena de agua y un cuenco con un pequeño agujero en el centro. Cuando el cuenco se llenaba de agua, se hundía en la olla y entonces el gerente vaciaba el bol y él ponía de nuevo en la parte superior del agua de la olla y contaba el número de veces que se hundía el bol poniendo piedras pequeñas en un bote. El lugar donde se encontraba el reloj y sus gestores eran conocidos colectivamente como khaneh Fenjaan . Normalmente, este solía ser el piso superior de una casa pública, con ventanas orientadas al oeste y al este para mostrar la hora de la salida del sol y del ocaso. El reloj de agua estuvo en uso hasta 1965​ cuando fue sustituido por relojes modernos.

Fuente: https://es.wikipedia.org

Regreso Apolo…

¿Cómo pudieron las misiones Apolo regresar de la Luna teniendo en cuenta la inmensa cantidad de combustible necesaria para la ida, y el minúsculo tamaño de la cápsula para la vuelta?

Lo primero que hay que tener muy claro es que la masa es un parámetro a minimizar a toda costa. El mantra a repetir es: «la masa es nuestra enemiga». Debido a la Segunda Ley de Newton, cuanta más masa, más fuerza necesitamos para proporcionar la misma aceleración. Eso quiere decir que necesitamos más combustible. Pero al añadir combustible, estamos incrementando todavía más la masa total del vehículo. Es más, en el espacio no hay aire, por lo que debemos cargar también con nuestro propio oxidante para quemar el combustible. Esto se traduce en más masa, y por tanto, más combustible y oxidante, que hace más pesado nuestro aparato… En fin, la pescadilla que se muerde la cola.

Vemos por tanto que un pequeño incremento en la masa útil (lo que queremos transportar) se traduce en un incremento importante en la masa total del aparato (combustible, oxidante, y el propio contenedor de ambos). Por tanto, en un viaje de estas características, no hay que dudar en deshacerse de lo que no nos es útil, aunque eso suponga abandonar cosas para siempre en medio del espacio. Es más barato volver a fabricarlo de nuevo para otro viaje, que traerlo de vuelta para reutilizarlo.

Para las misiones Apolo se utilizó el descomunal cohete Saturno V, que supongo muchos habréis visto en fotos o en documentales. Su masa total antes del despegue era de 3.000 toneladas. Era un cohete de tres etapas, de forma que a medida que se utilizaba cada etapa, ésta se desprendía (recordad, hay que librarse de lo que ya no nos sirve). Solo la primera etapa, con 2.200 toneladas, superaba en masa a la actual lanzadera espacial (unas 2.000 toneladas). Ésta era la que iniciaba el ascenso, y situaba el vehículo en una trayectoria suborbital, hasta una altura de 62 km.

La segunda etapa, de unas 480 toneladas, continuaba impulsando el cohete hasta casi ponerlo en órbita. Terminado su trabajo, se desprendía (como todo).

La tercera etapa, de ya «sólo» 120 toneladas, colocaba el vehículo en una órbita baja, a unos 165 km de la superficie terrestre. Su misión no terminaba ahí, por lo que se mantenía ensamblada mientras el vehículo daba algunas vueltas a la Tierra. Fijáos que llegados a este punto, hemos reducido la masa total de nuestro vehículo a más o menos la 25ª parte (nos hemos quedado con un 4% de la que teníamos al inicio), y lo hemos colocado en órbita.

Ahora viene lo que diferencia un viaje a la Luna de los demás: la maniobra denominada TLI (inyección translunar), en la que la tercera etapa del Saturno V impulsa nuestro vehículo hacia la Luna. Y en este punto es donde suele haber confusión. Uno podría pensar que hay que alcanzar la velocidad de escape para abandonar definitivamente la Tierra, pero no es así. Si hicieramos eso, pasaríamos de largo. La Luna también está en órbita alrededor de la Tierra. Muy lejos, sí, pero en órbita. Así que lo único que tenemos que hacer es aumentar la altura de nuestra órbita, hasta alcanzar la de la Luna. Pero eso no quiere decir que nuestra nueva órbita deba ser más o menos circular, a la altura de la Luna. Recordad que las órbitas son elipses, por lo que lo único que necesitamos es aumentar la altura del apogeo (máximo alejamiento) sin necesidad de variar la del perigeo (máximo acercamiento). Así que lo que hace realmente la tercera etapa es variar considerablemente la excentricidad de nuestra órbita, de forma que el apogeo intersecte con la Luna (bueno, no exactamente, que no queremos estrellarnos con ella), adquiriendo una órbita muy excéntrica. Y como en el espacio no hay rozamiento, una vez establecida la trayectoria, no necesitamos propulsarlo constantemente. Así que podemos deshacernos de la tercera etapa.

Llegados a este punto, nuestro vehículo consta de dos componentes: el módulo de mando y servicio (CSM, por Command/Service Module), que es la famosa cápsula cilíndrica terminada en cono, que habréis visto en muchas fotos, y el módulo lunar (LM, por Lunar Module), que es el cacharro con patas que aluniza. El CSM tenía una masa de unas 30,3 toneladas, y el LM de unas 14,7. Es decir, unas 45 en total; hemos aligerado mucho el vehículo. El CSM y el LM iban separados dentro del Saturno V, por lo que aprovechamos este momento para acoplarlos. El CSM gira 180º y se acopla por el morro al LM (cuando digo por el morro, me refiero a que el acoplamiento se hace en el morro del CSM, no que se hace por la cara).

Uno de los argumentos de los «apoloescépticos» es que un viaje así era imposible con la tecnología de la época, dado los cálculos que hay que hacer, y teniendo en cuenta que entonces no se podía miniaturizar un ordenador lo suficiente como para llevarlo a bordo. Bueno, precisamente por eso, porque se preveía que los cálculos podían tener un pequeño error, durante el trayecto a la Luna se tomaban medidas constantemente, y se comparaba la trayectoria real con la calculada. Si la diferencia no era aceptable, los propios astronautas corregían la trayectoria con los propulsores del CSM. Y precisamente porque la nave no tenía ordenador, todos los cálculos y decisiones se hacían en Houston.

Una vez nos acercamos a la Luna, debido a que nuestra trayectoria ha sido bien calculada (y posiblemente, corregida), la propia gravedad de aquélla nos «atrapará». Aún así, hay que ayudar un poco, pues la velocidad de la nave es demasiado elevada. Así que usamos el propulsor de CSM para frenar, y entrar en órbita alrededor de la Luna.

Bueno, ya casi hemos llegado. El LM es el único que aluniza, mientras que el CSM se queda en órbita. Como no es cuestión de dejar nuestro billete de vuelta desatendido, uno de los tres astronautas se tiene que quedar en él, y aguantarse las ganas de pisar la Luna. Los otros dos afortunados, se meten el el LM, que se separa del CSM, y disminuye su velocidad para «caer» hacia la Luna. Como no queremos estrellarnos, el LM utiliza su propulsor para posarse suavemente sobre nuestro satélite.

Ya hemos hecho una hazaña histórica. Pero ahora hay que volver a casa. Siguendo la filosofía de dejar lo que ya no nos sirve, no todo el LM despega. Sólo lo hace el llamado módulo de ascenso, que tiene su propio propulsor, y una masa de 4,5 toneladas (y recordar que en la superficie de la Luna, la gravedad es 1/6 de la terrestre). Todo lo demás (la patas del LM y su propulsor, el cochecito, etc), se deja allí abandonado. El módulo de ascenso debe ponerse en órbita, y reencontrarse con el CSM. Pero entre la poca masa que tiene, y la poca gravedad de la Luna, no se necesita demasiado combustible para ello. Una vez acoplados otra vez, los astronautas vuelven al CSM, y el módulo de ascenso ya no nos sirve, así que… ¿lo adivináis?

La vuelta a la Tierra es más económica, en términos de combustible. Nuestra nave sólo tiene 30 toneladas, y ya está en órbita. Pero además, una vez nos alejamos un poco de la Luna y disminuimos nuestra velocidad (con respecto a la Tierra), la propia gravedad Terrestre nos ayuda en nuestro viaje. Prácticamente, lo único que hacemos es «caer» hacia la Tierra (siguiendo una trayectoria elíptica, eso sí). Nuevamente, durante todo el viaje, monitorizamos nuestra posición, y hacemos las correciones oportunas.

Ya casi hemos llegado. El módulo de mando y servicio, está formado en realidad por dos partes: el módulo de mando, y el módulo de servicio (sí, ya sé, no se rompieron la cabeza poniendo nombres). El módulo de mando es la famosa y pequeña cápsula cónica que todos conoceréis, y donde están los astronautas. El módulo de servicio ya no es necesario, y por tanto lo desprendemos y lo abandonamos. El módulo de mando apenas tiene propulsión. La justa para maniobrar un poco. Teniendo en cuenta la enorme velocidad a la que viajamos ¿cómo hacemos para frenar? Fácil: la atmósfera se encarga de ello. Todos sabemos que la resistencia del aire se opone al movimiento, por lo que sólo tenemos que dejar que haga su trabajo. El problema es que debido a la velocidad, se alcanzan temperaturas muy altas. El módulo de mando debe estar especialmente diseñado para la reentrada, y además realizar la operación con un determinado ángulo. De lo contrario, sería un desastre.

Queda un pequeño detalle. Nuestra nave ha aminorado su velocidad, pero sigue cayendo. Para posarnos gracilmente sobre la superficie terrestre (en realidad, sobre el mar), volvemos a aprovecharnos de la atmósfera, con un invento sobradamente probado: el paracaidas. De esta forma, la presencia de atmósfera nos permite realizar la última etapa del viaje sin gastar un sólo litro de combustible.

Fuente: www.malaciencia.info

Límite de megapíxeles…

¿Cómo la difracción afecta a la nitidez de las imágenes y cómo esto limita la resolución posible máxima de los sensores?

En lo que se refiere a imagen fotográfica, la difracción provoca que un haz de luz, al atravesar un orificio pequeño como el diafragma, se disperse llegando al sensor (o película) no ya como como tal rayo de luz sino que se extiende dando lugar a una mancha que se llama disco de Airy. A medida que cerramos más el diafragma, la luz se dispersa más y el disco de Airy crece emborronando la imagen. Cuando llega a tener un tamaño físico mayor que el de un píxel, simplemente ya no podremos resolver tanto detalle.

En la página de Cambridge in Colour, existe una sencilla calculadora para saber cuándo la difracción del diafragma está afectando a la nitidez. Introduciendo en ella la resolución y el tamaño –formato- del sensor , la apertura del diafragma, y fijando como límite del círculo de confusión dos píxels, podemos ver cuándo la difracción está afectando a la nitidez de nuestra imagen, y ya no se puede resolver más detalle. A partir de un valor de apertura, cerrar más el diafragma hará que perdamos detalle. Como resumen, el límite que impone este fenómeno para las cámaras DSLR más típicas podría ser el siguiente:

  •  Para las cámaras de formato Cuatro Tercios: f:8 para 12mpix
  •  Para las cámaras APS-C con factor de recorte 1,5-1,6: f:11 para 12 mpix, y de f:8 para 15 mpix
  •  Para las cámara con sensor FF: f:16 para 12 mpix y de f:11 para 24mpix

La evolución de la tecnología de los sensores hará sin ninguna duda que ganemos rango dinámico e imágenes limpias de ruido para valores de ISO mayores, pero el límite que fija la difracción para que no se pueda aumentar la resolución de los sensores simplemente no se puede superar, va contra las leyes de la física.

Fuente: www.caborian.com

Pidgin…

Un pidgin es una lengua simplificada, creada y usada por individuos de comunidades que no tienen una lengua común ni conocen suficientemente alguna otra lengua para usarla entre ellos. Los pidgins han sido comunes a lo largo de la historia en situaciones como el comercio, donde los dos grupos hablan lenguas diferentes, o situaciones coloniales en que había mano de obra forzada (frecuentemente entre los esclavos de las colonias se usaban temporalmente pidgins).

En esencia, un pidgin es un código simplificado que permite una comunicación lingüística escueta, con estructuras simples y construidas azarosamente mediante convenciones, entre los grupos que lo usan. Un pidgin no es la lengua materna de ninguna comunidad, sino una segunda lengua aprendida o adquirida. Los pidgins se caracterizan por combinar los rasgos fonéticos, morfológicos y léxicos de una lengua con las unidades léxicas de otra, sin tener una gramática estructurada estable.

Luz química…

Las barras de luz química son esas que se doblan, se agitan y producen una luz fluorescente durante horas, sin necesidad de combustión o pilas. Muy útiles para señalización de emergencia, maniobras, lectura de mapas, iluminación submarina, acampadas, pesca nocturna… incluso para el ocio: pulseras y collares que brillan en la oscuridad, cubitos y bolas para decorar nuestras bebidas nocturnas y decoración para fiestas.

Pero, ¿cómo funcionan?

Independientemente de su tamaño o forma todas se basan en el mismo principio: la quimioluminiscencia.

El DRAE nos informa que luminiscencia es la “propiedad de despedir luz sin elevación de temperatura y visible casi solo en la oscuridad, como la que se observa en las luciérnagas, los peces abisales, en las maderas y en los pescados putrefactos, en minerales de uranio y en varios sulfuros metálicos”.

Entonces, la quimioluminiscencia es la luminiscencia producto de una reacción química.

En una reacción química se recombinan los átomos de dos o más sustancias para formar un nuevo compuesto. Según la naturaleza de los reactantes la reacción puede emitir energía. Tal es el caso que nos ocupa.

En la barras de luz coexisten dos compuestos químicos que al juntarse reaccionan. Uno de los compuestos, el peróxido de hidrógeno (agua oxigenada) -al que se llama activador- está contenido en una cápsula de cristal pequeña y frágil. Y esta cápsula se encuentra dentro de la barra de polietileno propiamente dicha que contiene un éster de fenil oxalato y un tinte fluorescente que es el que da el color según el producto químico que contenga.

Al doblar la barra y romper la cápsula las dos sustancias se mezclan. Y lo hacen con mayor rapidez al agitarla. Como resultado se obtienen unos compuestos producto (no importa cuáles) y una emisión de energía (que es lo que nos interesa). Esa energía excita los átomos del tinte fluorescente (sus electrones suben a un nivel energético mayor más alejado del núcleo), para luego volver a recuperar su estado de equilibrio (descendiendo a un nivel energético menor más cercano al núcleo y más estable) proceso que logran desprendiéndose de la energía sobrante en forma de fotones, es decir, produciendo luz sin calor (luz fría).

Nota sabionda: Dependiendo de los compuestos utilizados y su cantidad, la reacción química puede alumbrar durante minutos o durante varias horas. Si se calienta la barra, la energía adicional acelerará la reacción y brillará más intensamente aunque por menos tiempo. Por el contrario, si se enfría, la reacción se ralentizará y proporcionará una luz más amortiguada aunque durante más tiempo. De hecho, si se mantiene la barra en el congelador se puede preservar para el siguiente día. La reacción no se interrumpirá, pero se ralentizará considerablemente.

Nota sabionda: El 9,10-difenilantraceno proporciona un color azul, el 9,10-bis(feniletinil)antraceno proporciona el color verde y el 5,6,11,12-tetrafenil naftaleno proporciona el color rojo.

Fuente: www.sabercurioso.com

Competitividad…

Roger Williamson fue piloto de automovilismo británico, que falleció durante el Gran Premio de los Países Bajos de 1973, su segunda carrera en la Fórmula 1.

Durante la carrera, uno de los neumáticos de Williamson sufrió un reventón, perdiendo así el control del vehículo. El coche impactó contra las barreras a alta velocidad, siendo catapultado a una distancia de 275 metros por la pista para acabar finalmente boca abajo contra las barreras del otro lado del circuito, después de que el depósito de combustible se incendiase debido al roce contra el suelo. David Purley, amigo de Williamson, salió de su propio coche en un intento desesperado de salvar al piloto accidentado. Williamson no había sido herido de gravedad, y se lo llegó a oír gritando a Purley que lo sacara del coche, mientras Purley intentaba en vano voltear el coche volcado.



Los comisarios de la esquina donde había ocurrido el accidente estaban mal entrenados y equipados, de modo que fue el propio Purley quien debió usar el extintor para tratar de apagar el fuego. La vestimenta de los comisarios no era ignífuga, de modo que éstos se limitaron a esperar a que llegase el camión de bomberos mientras la carrera seguía en progreso. El fuego fue relativamente débil durante tres minutos, tiempo suficiente para voltear el coche y sacar a Williamson, pero Purley no podía hacerlo solo. En lo que ha sido considerado como el aspecto más impactante del incidente, uno de los comisarios intentó alejar a Purley de allí mientras Williamson permanecía atrapado e indefenso. Algunos espectadores, ante la indiferencia de los comisarios, intentaron saltar las vallas de seguridad y entrar al circuito, pero les fue impedido por el personal de seguridad, que empleó perros.

Para cuando el camión de bomberos llegó, Williamson había muerto. Los comisarios se limitaron a colocar un manto blanco sobre los restos del coche y dejar que continuara la carrera.4​

La pérdida de Williamson fue representativa de las muertes o lesiones de muchos pilotos de la época, y fue la primera vez que un evento tan trágico era retransmitido por televisión para un público tan amplio. El accidente puso de manifiesto las deficiencias de la seguridad de los Grandes Premios. Niki Lauda declaró tras la carrera que se sentía «extremadamente triste y culpable» de que nadie hubiese podido o querido ayudar a Purley.

Fuentes:

Otohime…

Muchas mujeres japonesas se sienten avergonzadas ante el pensamiento de que alguien pueda oírlas mientras están ocupadas en el retrete. Y para cubrir el sonido de las funciones corporales, han adoptado la costumbre de vaciar continuamente la cisterna mientras usaban el retrete, desperdiciando gran cantidad de agua en el proceso.

Como las campañas de educación no frenaron esta práctica, en los años 1980 se presentó un dispositivo que, al activarse, produce el sonido del agua al caer sin necesidad de gastarla realmente. Un nombre comercial común es el de Otohime (音姫), la bella hija del rey del mar.

Este dispositivo se instala frecuentemente en los baños femeninos de reciente construcción, y muchos baños antiguos también han sido actualizados. Puede ser o bien un dispositivo separado que funciona con pilas instalado en la pared junto al inodoro, o estar incluido en el washlet. Se activa pulsando un botón o moviendo la mano frente a un sensor. Al activarse, se produce un fuerte sonido similar al de vaciar una cisterna. El sonido para al cabo de un tiempo predeterminado o se puede parar con una nueva pulsación del botón. Se estima que ahorra unos 20 L (litros) de agua por uso.

Sin embargo, algunas mujeres piensan que el otohime tiene un sonido artificial y prefieren seguir vaciando la cisterna. De momento, parece que no hay demanda de estos dispositivos en los baños masculinos, por lo que raramente están instalados en ellos.

Fuente: https://es.wikipedia.org

Numeración callejera…

Primero, hay que saber que de forma general cada ayuntamiento tiene libre elección en los sistemas de numeración callejera, sin embargo, ciertas reglas se repiten. He intentado recopilar algunos sistemas encontrados navegando por ahí…

Este esquema es el más común en Europa. Números pares de un lado, impares del otro. La numeración empieza de forma creciente en el extremo de la calle más cercano al centro del pueblo (lo que me parece lo más lógico), el ayuntamiento, un posible río o un elemento representativo de la ciudad…

 


Aquí nos encontramos en una ciudad marítima o en una isla… La numeración empieza de forma creciente en el extremo de la calle más cercano al mar. Canarias tiene esta lógica.

 

En este caso, la numeración de la calle depende de los metros que separan los edificios de un punto de partida dado. Un sistema común en América y en ciertos pueblos de Francia. Donde viven mis padres, el punto de partida es sencillamente el principio de la calle.

 


Haaaa… Aquí cambiamos bastante la lógica. Ya no importa que los números sean pares o impares. En Berlín, usan el sistema llamado ‘herradura’: los números se siguen en la misma acera, y llegado al final de la calle, cambiamos de acera y vamos en el sentido inverso para seguir con la numeración… No se puede decir que al nivel práctico sea lo mejor…

 


Color negro: Casas y edificios de particulares. En rojo: Los negocios. Ese es el sistema instaurado en Florencia, Italia…

 


Y ese es el que más gracia me hace y me asusta al mismo tiempo: la numeración depende de la fecha de construcción del edificio… Made in Japón… Ya entiendo porqué en las imágenes urbanas que vemos de ahí, las calles están llenas… Todo el mundo está buscando el número del sitio de su destino.

 

Fuente: www.cuartoderecha.com

Memoria eidética…

La memoria eidética es la supuesta habilidad de recordar imágenes con niveles de detalle muy precisos,1​2​ sin necesidad de usar mnemotecnia. Se trata de un tipo de memoria de carácter casi sensorial, cuyo tiempo de permanencia ronda milésimas de segundos. Precede a la memoria a corto plazo.

En psicología, las personas con hipertrofia de la memoria eidética pueden recordar cualquier cosa que hayan visto u oído, incluso aunque lo hayan percibido una sola vez y de forma fugaz, si bien en general los recuerdos son menos claros y detallados que las percepciones.

 

 

A veces una imagen memorizada es tan completa en cada detalle que se le denomina memoria fotográfica. Se dice que se da con frecuencia en niños, quienes, ocasionalmente, serían capaces de reconstruir una imagen tan completa que podrían llegar a deletrear una página entera escrita en un idioma desconocido, la cual habrían visto durante apenas unos momentos. A este fenómeno se lo ha llegado a considerar mito, ya que nunca se ha podido comprobar.

Fuente: https://en.mexico.pueblosamerica.com

Incentivo moral…

Una de las ideas más contraintuitivas que ha florecido de la moderna experimentación psicológica es que las personas no responden tan fuertemente a incentivos económicos como a otros no económicos. Eso no significa que la ciencia haya descubierto que el dinero no es importante, sino que no lo es tanto como creíamos. O no lo es muchas situaciones.

La mayoría de los donantes de sangre en Estados Unidos, hasta hace pocos años, recibía una compensación económica a cambio de su gesto, pagada por entidades con y sin ánimo de lucro. En Europa es un fenómeno menos conocido. Por ejemplo, En gran Bretaña las donaciones se organizan a través del Servicio Nacional de Salud y son voluntarias, sin ninguna remuneración.

El sociólogo Richard Titmuss comparó ambos sistemas, descubriendo que la sangre del sistema británico era de mayor calidad (meno probabilidad de que el receptor contrajese hepatitis), se desperdiciaba menos sangre y había menos escasez general en los hospitales. Sin contar que pudiera existir un problema moral cuando los más ricos exploran a los más necesitados a través de sus fluidos u órganos.

Muchos economistas negaron que esto era posible. Si bien en sistema estadounidense funcionaba peor, no podía ser sencillamente porque se remunera económicamente al donante. Kenneth Arrow, premio Nobel de Economía, por ejemplo, admitió que hay personas que responden mejor a incentivos morales, pero que muchos otros solo respondían a cambio de dinero.

A pesar de las objeciones, las pruebas se impusieron, Estados Unidos adoptó el sistema de donaciones voluntarias sin remunerar, y los donantes altruistas fueron más, aunque descendieran unos pocos donantes retribuidos, tal y como explica Yochai Benkler en su libro El Pingüino y el Leviatán:

Una vez desaparecieron los incentivos materiales, las donaciones aumentaron en calidad y en cantidad, y el sistema en su conjunto funcionó de manera más estable y eficaz de lo que lo había hecho antes. (…) Un impactante estudio realizado hace poco tiempo en Suecia, donde históricamente existe un sistema de donación voluntaria, demostró que las donaciones de las mujeres disminuían de modo considerable si se les ofrecía un pago a cambio de la donación de sangre, mientras que ello no sucedía en el caso de los hombres. Las donaciones de las mujeres volvieron al nivel original cuando se les dio la oportunidad de que entregasen el dinero recibido a una fundación dedicada a combatir los problemas de salud infantil.

La discusión sobre qué sistema es más efectivo continúa hoy en día, porque quizá hay alguna variable que no tenemos en cuenta que favorece un sistema sobre otro con independencia de si se paga o no por sangre. Pero lo que parece evidente es que no está tan claro como habíamos creído siempre que el dinero proporciona una mayor implicación de la gente en una causa como donar sangre (y en otras tantas).

Parece que, además del deseo de dinero, hay otras motivaciones, como las necesidades emocionales, las motivaciones o conexiones sociales y los compromisos morales. Todas esas fuerzas tiran por lados independientes, a veces en conflicto entre sí.

Economistas como Bruno Frey y Samuel Bowles, y psicólogos como Edward Deci y Richard Ryan han analizado experimentos similares para evaluar este fenómeno en diversos escenarios y en muchos campos diferentes. Los resultados son bastante claros y convincentes. (…) Sabemos gracias a cientos de estudios experimentales que en una situación determinada, cabe esperar que la mitad de la población se comporte de manera cooperativa y generosa, y una tercera parte de la población lo haga de manera egoísta. Por lo tanto, lo que realmente necesitamos son sistemas que aprovechen tanto las motivaciones sociales como las egoístas, evitando al mismo tiempo que estas últimas excluyan a las primeras.

 

Fuente: www.xatakaciencia.com

Ilusión de la mano de goma…

Un grupo de psicólogos de Pensilvania (Estados Unidos) descubrió una ilusión curiosa, conocida como “ilusión de la mano de goma”.

Los investigadores se dieron cuenta de que si ponemos una mano de goma delante de nosotros y, a la vez, tapamos uno de nuestros brazos de manera que parezca que la mano de goma es parte de nuestro cuerpo, cuando alguien nos acaricia la mano de goma, sentiremos que nos están acariciando la mano real.

 

 

La ilusión de la mano de goma no solamente se convirtió en un truco para los ilusionistas, sino que fue un hallazgo importante porque permitió comprender cómo la vista, el tacto y la propiocepción (es decir, el sentido de la posición del cuerpo) se combinan para crear una sensación convincente de la propiedad del cuerpo, uno de los fundamentos de la autoconciencia.

Los científicos han descubierto que a mayor intensidad con las que se experimenta la ilusión de la mano de goma, por ejemplo al golpearla con fuerza, existe una mayor actividad en la en la corteza premotora y en la corteza parietal del cerebro. Estas áreas son responsables de integrar la información sensorial y de movimiento. Pero claro, no es lo mismo acariciar la mano que golpearla. Y a pesar de que los individuos que han realizado experimentos con la mano de goma son conscientes de que dicha mano no forma parte de su cuerpo, las regiones cerebrales que se activan con el miedo y la amenaza, y que corresponden a la huida, también se activan más.

 

¿Qué ocurre con la mano auténtica que está escondida?

Otro hallazgo interesante es el que fue llevado a cabo por un grupo de científicos de la Universidad de Oxford, que quisieron saber qué le ocurre a la mano que se esconde durante el experimento. Si el cerebro reacciona a la mano de goma, ¿también reacciona a la mano que está escondida? Pues parece ser que, justo cuando el cerebro falsamente reconoce la mano de goma como suya, la temperatura de la mano auténtica, que se encuentra escondida, desciende. En cambio, el resto del cuerpo sigue siendo la misma.

Además, cuando el experimentador estimula la mano escondida, el cerebro del sujeto tarda más en responder que cuando se toca la otra mano auténtica. Estos resultados parecen demostrar que, cuando el cerebro piensa que la mano de goma es una mano auténtica, se olvida de la otra mano.

Fuente: https://psicologiaymente.com

Capitán de ascensor…

En la cultura japonesa, incluso el orden en que las personas entran en el ascensor les impone ciertas obligaciones. Por lo tanto, en tales bagatelas, los japoneses siempre tienen armonía y orden, y todos conocen tanto su papel como su lugar.

Todos han estado en esta situación: tienes que esperar a alguien que corre hacia el ascensor, pero nadie puede decidir quién sostendrá la puerta. Como resultado, la puerta se cierra, la persona no tiene tiempo. En Japón, también hay reglas para este caso. Para hacer esto, se les ocurrió un deber: el capitán del ascensor.

  • 1. Si eres el primero en entrar en un ascensor vacío, eres el capitán del ascensor.
  • 2. Como capitán del ascensor, párese junto al panel de control y mantenga presionado el botón de apertura de la puerta o las puertas hasta que todos entren en la cabina.
  • 3. Tan pronto como entre la última persona, suelte el botón de apertura de la puerta y presione inmediatamente el botón que cierra las puertas. Sosténgalo hasta que se cierren. Si alguien más quiere meterse, el procedimiento se cancela.
  • 4. Como capitán, tienes que mantener la puerta en cada piso donde se detiene el ascensor. Es necesario realizar operaciones de forma rápida y precisa, se requiere habilidad.
  • 5. Si llegas a tu piso, eres el último en salir, como un capitán de un barco. Mantienes la puerta abierta para todos hasta el final.
  • 6. Ahora la persona que está más cerca del panel de control se convierte en el capitán. El nuevo capitán sostiene la puerta hasta que el viejo sale del ascensor.

En general, si es su primera vez en Japón y no tiene suficiente experiencia (o no tiene mucha reacción), simplemente no entre primero en el ascensor y manténgase alejado de los botones.

Fuente: www.pictolic.com