Regreso Apolo…

¿Cómo pudieron las misiones Apolo regresar de la Luna teniendo en cuenta la inmensa cantidad de combustible necesaria para la ida, y el minúsculo tamaño de la cápsula para la vuelta?

Lo primero que hay que tener muy claro es que la masa es un parámetro a minimizar a toda costa. El mantra a repetir es: «la masa es nuestra enemiga». Debido a la Segunda Ley de Newton, cuanta más masa, más fuerza necesitamos para proporcionar la misma aceleración. Eso quiere decir que necesitamos más combustible. Pero al añadir combustible, estamos incrementando todavía más la masa total del vehículo. Es más, en el espacio no hay aire, por lo que debemos cargar también con nuestro propio oxidante para quemar el combustible. Esto se traduce en más masa, y por tanto, más combustible y oxidante, que hace más pesado nuestro aparato… En fin, la pescadilla que se muerde la cola.

Vemos por tanto que un pequeño incremento en la masa útil (lo que queremos transportar) se traduce en un incremento importante en la masa total del aparato (combustible, oxidante, y el propio contenedor de ambos). Por tanto, en un viaje de estas características, no hay que dudar en deshacerse de lo que no nos es útil, aunque eso suponga abandonar cosas para siempre en medio del espacio. Es más barato volver a fabricarlo de nuevo para otro viaje, que traerlo de vuelta para reutilizarlo.

Para las misiones Apolo se utilizó el descomunal cohete Saturno V, que supongo muchos habréis visto en fotos o en documentales. Su masa total antes del despegue era de 3.000 toneladas. Era un cohete de tres etapas, de forma que a medida que se utilizaba cada etapa, ésta se desprendía (recordad, hay que librarse de lo que ya no nos sirve). Solo la primera etapa, con 2.200 toneladas, superaba en masa a la actual lanzadera espacial (unas 2.000 toneladas). Ésta era la que iniciaba el ascenso, y situaba el vehículo en una trayectoria suborbital, hasta una altura de 62 km.

La segunda etapa, de unas 480 toneladas, continuaba impulsando el cohete hasta casi ponerlo en órbita. Terminado su trabajo, se desprendía (como todo).

La tercera etapa, de ya «sólo» 120 toneladas, colocaba el vehículo en una órbita baja, a unos 165 km de la superficie terrestre. Su misión no terminaba ahí, por lo que se mantenía ensamblada mientras el vehículo daba algunas vueltas a la Tierra. Fijáos que llegados a este punto, hemos reducido la masa total de nuestro vehículo a más o menos la 25ª parte (nos hemos quedado con un 4% de la que teníamos al inicio), y lo hemos colocado en órbita.

Ahora viene lo que diferencia un viaje a la Luna de los demás: la maniobra denominada TLI (inyección translunar), en la que la tercera etapa del Saturno V impulsa nuestro vehículo hacia la Luna. Y en este punto es donde suele haber confusión. Uno podría pensar que hay que alcanzar la velocidad de escape para abandonar definitivamente la Tierra, pero no es así. Si hicieramos eso, pasaríamos de largo. La Luna también está en órbita alrededor de la Tierra. Muy lejos, sí, pero en órbita. Así que lo único que tenemos que hacer es aumentar la altura de nuestra órbita, hasta alcanzar la de la Luna. Pero eso no quiere decir que nuestra nueva órbita deba ser más o menos circular, a la altura de la Luna. Recordad que las órbitas son elipses, por lo que lo único que necesitamos es aumentar la altura del apogeo (máximo alejamiento) sin necesidad de variar la del perigeo (máximo acercamiento). Así que lo que hace realmente la tercera etapa es variar considerablemente la excentricidad de nuestra órbita, de forma que el apogeo intersecte con la Luna (bueno, no exactamente, que no queremos estrellarnos con ella), adquiriendo una órbita muy excéntrica. Y como en el espacio no hay rozamiento, una vez establecida la trayectoria, no necesitamos propulsarlo constantemente. Así que podemos deshacernos de la tercera etapa.

Llegados a este punto, nuestro vehículo consta de dos componentes: el módulo de mando y servicio (CSM, por Command/Service Module), que es la famosa cápsula cilíndrica terminada en cono, que habréis visto en muchas fotos, y el módulo lunar (LM, por Lunar Module), que es el cacharro con patas que aluniza. El CSM tenía una masa de unas 30,3 toneladas, y el LM de unas 14,7. Es decir, unas 45 en total; hemos aligerado mucho el vehículo. El CSM y el LM iban separados dentro del Saturno V, por lo que aprovechamos este momento para acoplarlos. El CSM gira 180º y se acopla por el morro al LM (cuando digo por el morro, me refiero a que el acoplamiento se hace en el morro del CSM, no que se hace por la cara).

Uno de los argumentos de los «apoloescépticos» es que un viaje así era imposible con la tecnología de la época, dado los cálculos que hay que hacer, y teniendo en cuenta que entonces no se podía miniaturizar un ordenador lo suficiente como para llevarlo a bordo. Bueno, precisamente por eso, porque se preveía que los cálculos podían tener un pequeño error, durante el trayecto a la Luna se tomaban medidas constantemente, y se comparaba la trayectoria real con la calculada. Si la diferencia no era aceptable, los propios astronautas corregían la trayectoria con los propulsores del CSM. Y precisamente porque la nave no tenía ordenador, todos los cálculos y decisiones se hacían en Houston.

Una vez nos acercamos a la Luna, debido a que nuestra trayectoria ha sido bien calculada (y posiblemente, corregida), la propia gravedad de aquélla nos «atrapará». Aún así, hay que ayudar un poco, pues la velocidad de la nave es demasiado elevada. Así que usamos el propulsor de CSM para frenar, y entrar en órbita alrededor de la Luna.

Bueno, ya casi hemos llegado. El LM es el único que aluniza, mientras que el CSM se queda en órbita. Como no es cuestión de dejar nuestro billete de vuelta desatendido, uno de los tres astronautas se tiene que quedar en él, y aguantarse las ganas de pisar la Luna. Los otros dos afortunados, se meten el el LM, que se separa del CSM, y disminuye su velocidad para «caer» hacia la Luna. Como no queremos estrellarnos, el LM utiliza su propulsor para posarse suavemente sobre nuestro satélite.

Ya hemos hecho una hazaña histórica. Pero ahora hay que volver a casa. Siguendo la filosofía de dejar lo que ya no nos sirve, no todo el LM despega. Sólo lo hace el llamado módulo de ascenso, que tiene su propio propulsor, y una masa de 4,5 toneladas (y recordar que en la superficie de la Luna, la gravedad es 1/6 de la terrestre). Todo lo demás (la patas del LM y su propulsor, el cochecito, etc), se deja allí abandonado. El módulo de ascenso debe ponerse en órbita, y reencontrarse con el CSM. Pero entre la poca masa que tiene, y la poca gravedad de la Luna, no se necesita demasiado combustible para ello. Una vez acoplados otra vez, los astronautas vuelven al CSM, y el módulo de ascenso ya no nos sirve, así que… ¿lo adivináis?

La vuelta a la Tierra es más económica, en términos de combustible. Nuestra nave sólo tiene 30 toneladas, y ya está en órbita. Pero además, una vez nos alejamos un poco de la Luna y disminuimos nuestra velocidad (con respecto a la Tierra), la propia gravedad Terrestre nos ayuda en nuestro viaje. Prácticamente, lo único que hacemos es «caer» hacia la Tierra (siguiendo una trayectoria elíptica, eso sí). Nuevamente, durante todo el viaje, monitorizamos nuestra posición, y hacemos las correciones oportunas.

Ya casi hemos llegado. El módulo de mando y servicio, está formado en realidad por dos partes: el módulo de mando, y el módulo de servicio (sí, ya sé, no se rompieron la cabeza poniendo nombres). El módulo de mando es la famosa y pequeña cápsula cónica que todos conoceréis, y donde están los astronautas. El módulo de servicio ya no es necesario, y por tanto lo desprendemos y lo abandonamos. El módulo de mando apenas tiene propulsión. La justa para maniobrar un poco. Teniendo en cuenta la enorme velocidad a la que viajamos ¿cómo hacemos para frenar? Fácil: la atmósfera se encarga de ello. Todos sabemos que la resistencia del aire se opone al movimiento, por lo que sólo tenemos que dejar que haga su trabajo. El problema es que debido a la velocidad, se alcanzan temperaturas muy altas. El módulo de mando debe estar especialmente diseñado para la reentrada, y además realizar la operación con un determinado ángulo. De lo contrario, sería un desastre.

Queda un pequeño detalle. Nuestra nave ha aminorado su velocidad, pero sigue cayendo. Para posarnos gracilmente sobre la superficie terrestre (en realidad, sobre el mar), volvemos a aprovecharnos de la atmósfera, con un invento sobradamente probado: el paracaidas. De esta forma, la presencia de atmósfera nos permite realizar la última etapa del viaje sin gastar un sólo litro de combustible.

Fuente: www.malaciencia.info

El día «D-día»…

Hay un día al año en el que el 99% de la población mundial recibe la luz del sol al mismo tiempo. ¡Es hoy! Este 8 de julio es especial por un hecho insólito: a las 11:15 UTC (13:15 hora de Madrid) resulta que para más del 99% de la población mundial será «de día». Parece casi imposible pero atentos, porque en esencia el dato es correcto.

 

Ocurre el 8 de julio a las 11:15 UTC. No es que ocurra solo hoy: ocurre cada 8 de julio, cada año, a las 11:15 UTC (equivale a las 13:15 CEST, es decir, la hora en España peninsular, por ejemplo).

Es «de día» para 7.700 millones de personas. Los responsables de TimeAndDate han realizado algunos cálculos y a esa hora revelaban que solo será de noche para unos 80 millones de personas —la mayoría, en Australia—. 7.700 millones de seres humanos —el 99% de nosotros— estarán entre lo que entendemos como el amanecer y el anochecer.

 

Crepúsculo astronómico… Casi 257 de millones de personas, eso sí, probablemente no piensen que «es de día» porque residen en «el borde más externo de las zonas crepusculares, dentro de la fase crepuscular más oscura llamada crepúsculo astronómico». En esa zona el Sol se encuentra entre 12 y 18º por debajo del horizonte, y en ese ángulo «la luz solar indirecta se vuelve tan fina que suele ser indiscernible a simple vista». Ese tipo de luz solo es percibida por ejemplo cuando los astrónomos tratan de observar cuerpos celestes que emiten luz muy débil: es entonces cuando necesitan oscuridad total y cielos totalmente limpios, y ese tipo de luz crepuscular puede perjudicar esas observaciones.

… y crepúsculo náutico. Pero es que además otros 443 millones de personas también pensarán que es de noche porque incluso en la siguiente zona crepuscular, llamada «crepúsculo náutico», el sol está entre 6 y 12º por debajo del horizonte y su luz tampoco es fácilmente discernible. Por ejemplo en zonas urbanas, donde se concentran la mayoría de las personas, la contaminación lumínica puede acabar «tapando» el tenue resplandor del Sol.

El porcentaje real se acerca más al 93%. Teniendo todo esto en cuenta, el porcentaje de población que percibe esa luz solar es algo menor. Aún así es impresionante y cerca del 93% de la población mundial sí «pensará» que es de día: unos 7.205 millones de personas en total.

¿Qué pasa con el solsticio de junio? El solsticio de verano (o de junio) es el día más largo del año en el hemisferio septentrional. Este año se produjo el 21 de junio (también a las 11:15 UTC, que es el momento «perfecto» en ambos casos) y uno pensaría que sería entonces cuando más personas percibirían que es de día. Según TimeAndZone eso es cierto si dejamos fuera esas zonas crepusculares astronómica y náutica que no perciben que es de día.

Si tenemos eso en cuenta, el solsticio de verano gana, pero por poco: 7.218,8 millones de personas percibirían que es de día en el solsticio de junio frente a los 7.204,9 millones que lo harán hoy, 8 de julio, a las 11:15 UTC. Sea como fuere, la fecha de hoy es desde luego singular, y ciertamente sería interesante darle algún nombre especial para reflejarlo.

Fuente: https://www.xataka.com

El astronauta caído…

El astronauta caído es una escultura de aluminio de 8,5 cm de alto de un astronauta con traje espacial. Es obra del artista belga Paul Van Hoeydonck. Se trata de la única obra de arte realizada con el propósito de permanecer en la Luna.

En 1971, El astronauta caído fue colocado en la Luna por la tripulación del Apolo 15 junto con una placa que muestra los nombres ordenados alfabéticamente de ocho astronautas y seis cosmonautas que fallecieron en misiones o durante entrenamientos.

 

Fuente: https://es.wikipedia.org

Sizigia…

La palabra sizigia se usa a menudo en referencia al Sol y a la Tierra; y a la Luna o también a los planetas, cuando alguno de estos últimos están en conjunción o en oposición con respecto a los dos primeros. Los eclipses solares y lunares se producen cuando se da una sizigia, al igual que los tránsitos y las ocultaciones. El término se aplica a menudo cuando el Sol y la Luna están en conjunción (luna nueva) u oposición (plenilunio). También se utiliza para describir situaciones en las que todos los planetas están en el mismo lado del Sol aunque «no necesariamente en línea recta».

Júpiter (arriba), Venus (abajo izquierda) y Mercurio (abajo derecha)

Observatorio de La Silla (Chile)

Fuente: https://es.wikipedia.org

Mercurio no es el planeta más caliente del Sistema Solar…

En el gran esquema del Sistema Solar la mayor fuente de energía, con diferencia, es el Sol. Y, generalmente, asumimos que el planeta más caliente del Sistema Solar es Mercurio, porque es el que queda más próximo al Sol. Sin embargo, esto no es así, y ese premio debe llevárselo otro mundo.

Mercurio es muy caliente, y completa una órbita completa al Sol en solo 88 días terrestres, alcanzando temperaturas que superan los 400 ºC en su región más ardiente.

Sin embargo, como Mercurio gira muy lentamente sobre sí mismo, las zonas oscuras donde no incide el sol permanecen así durante mucho tiempo, lo que se traduce en que allí se alcanzan temperaturas por debajo de los -100 ºC.

Pero ¿qué sucede con Venus? Se encuentra aproximadamente al doble de distancia que el Sol que Mercurio. Tarde 225 días terrestres en orbitar al astro rey. Y aún gira sobre sí mismo más lentamente que Mercurio.

Y, sin embargo, cuando se mide la temperatura de Venus, hay una sorpresa: Venus tiene la misma temperatura en todo momento, tanto de día como de noche, en un promedio 462 °C, lo que lo convierte en un planeta más caliente que Mercurio.

Este dato desconcertó a los astrónomos, porque Venus no era lo suficientemente grande como para generar su propio calor, y sin embargo era más caliente durante la medianoche que la temperatura registrada al mediodía en Mercurio.

¿El albedo?

El cálculo de cuánto refleja o absorbe la radiación un objeto se conoce como su albedo, que proviene de la palabra latina albus, que significa blanco. Un objeto con un albedo de 0 es un absorbente perfecto, mientras que un objeto con un albedo de 1 es un reflector perfecto. Todos los objetos físicos tienen un albedo entre 0 y 1.

Por ejemplo, a pesar de su blancura nocturna, el albedo promedio de la Luna es de sólo 0,12, lo que significa que sólo el 12% de la luz que le llega se refleja, mientras que el otro 88% se absorbe.

Mercurio resulta ser similar a la Luna (albedo 0,119), mientras que el albedo de Venus es, con mucho, el más alto de todos los cuerpos planetarios del Sistema Solar (0.90). Así que no sólo Mercurio recibe cuatro veces más energía por unidad de superficie, sino que absorbe casi nueve veces más de la luz solar que recibe Venus.

¡La atmósfera!

Mercurio no tiene atmósfera, mientras que Venus tiene una atmósfera muy espesa. Es decir, que todo el calor que recibe Mercurio y que es reflejado, se irradia al espacio. Pero en el caso de venus, el calor rebota en la atmósfera. Debido, pues, al intenso efecto invernadero al que está sometido Venus, éste se convierte así en el planeta más caliente del Sistema Solar.

Esto hace que Venus sea más caliente que Mercurio, a pesar de hallarse a más del doble de la distancia del Sol que este y de recibir solo el 25% de su radiación solar. En ausencia del efecto invernadero, la temperatura en la superficie de Venus podría ser similar a la de la Tierra. El enorme efecto invernadero asociado a la inmensa cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera atrapa el calor provocando las elevadas temperaturas de este planeta.

Fuentes:

Escudo térmico transbordador espacial…

El sistema de protección térmica (TPS) está diseñado para que la temperatura de la estructura de aluminio del orbitador se mantenga por debajo de los 177 grados Celsius, aunque en algunas superficies que están más expuestas la temperatura puede llegar hasta los 1.260 grados Celsius.

El tipo de losetas utilizadas son de dos colores: de color blanco y negro. Las blancas están ubicadas en las zonas donde las temperaturas son relativamente inferiores al resto de la nave, lo contrario sucede con las de color negro; éstas, por su color, absorben las mayores temperaturas y están ubicadas en la parte inferior y delantera del orbitador, además de recubrir la parte delantera de las alas.

Además de las losetas de protección térmica, el transbordador cuenta con un recubrimiento más pesado constituido de carbono reforzado y que sólo es utilizado para la protección de las temperaturas más altas. La cantidad utilizada de este material es menor que en el caso de las losetas y esto es así debido a su peso. Las superficies de carbono reforzado están ubicadas en la punta de la nave y los bordes frontales de las alas.

El transbordador espacial contiene cerca de 23.000 losetas de protección térmica cuya función no sólo sirve para proteger a la nave del inmenso calor producido durante la reentrada, sino que además debe soportar temperaturas que oscilan entre los –128 °C a 93 °C durante las órbitas de 90 minutos alrededor de la Tierra.

Fuentes:

Cráteres redondos…

Todos hemos visto lo que pasa cuando tiramos una piedra contra el suelo en ángulo. Si cae sobre una superficie rígida, rebota y sigue su camino, chocando de vez en cuando contra el suelo hasta que la fricción disipa toda su energía y se detiene por completo. En cambio, si hacemos el mismo experimento sobre arena o barro, la piedra excavará un surco más o menos alargado en la dirección en la que se estaba moviendo. Y a primera vista da la impresión de que un meteorito debería hacer lo mismo al estrellarse en ángulo contra el suelo.

Pero no, no es eso lo que ocurre.

Además de la masa involucrada, existe una diferencia crucial entre la piedra lanzada por una persona y un meteorito: la velocidad con la que la roca toca el suelo. El ser humano medio conseguirá que la piedra se estrelle contra la superficie terrestre a algunas decenas de kilómetros por hora, pero los meteoritos llegan al suelo a velocidades de decenas de kilómetros por segundo (km/s).

Por ejemplo, el trabajo que realiza un meteorito (con toda su energía) durante su paso por la atmósfera consiste en sacudir de manera muy violenta las moléculas del gas. Como la temperatura no es más que un reflejo de lo rápido que se mueven las moléculas que componen un objeto, el choque del meteorito contra la atmósfera comprime y calienta el aire frente a él. La temperatura aumenta tanto que el aire se vuelve incandescente y, además, provoca que se expanda y produzca ondas de presión. El fenómeno es tan violento, que incluso es posible que el meteorito explote en la atmósfera.

Pero, claro, los meteoritos no se van a deformar mucho ante estas fuerzas porque son cuerpos rígidos. En su lugar, la estructura del meteorito acumulará tensiones en sus imperfecciones hasta que su punto más débil se desmorone ante la presión. Es entonces cuando, toda la tensión acumulada en el material se libera de golpe, produciendo la explosión. El proceso se puede visualizar mejor con una pila de monedas: si las apilamos de manera que queden perfectamente alineadas y luego comprimimos el montón entre los dedos, la estructura aguantará perfectamente la presión pero, si una de las monedas está mal alineada y aplicamos demasiada presión sobre el sistema, saldrá disparada y el resto de monedas caerán tras ella.

Un meteorito suficientemente grande o resistente no reventará al entrar en contacto con el aire. Si el meteorito sobrevive a su accidentado viaje a través de la atmósfera, entonces llegará hasta el suelo y realizará tanto trabajo como la energía que le quede le permita.

Cuando un meteorito se estrella contra la superficie (a velocidades de varios kilómetros por segundo), el aire se comprime muchísimo frente a él, por lo que se calienta hasta temperaturas tremendas y se expande, formando una onda de choque. En el momento en el que toca la superficie, también comprime violentamente la roca, lo que provoca otra onda de choque que se propaga a través del suelo. La presión y la fricción generadas calientan todo el material hasta temperaturas que pueden vaporizar la roca y, como podréis imaginar, de todo este desastre sale despedida una gran cantidad de materia, ya sea en forma de trozos de roca de distintos tamaños, polvo o gas.

Y aquí está finalmente la respuesta a la incógnita de hoy: la inmensa mayoría de los cráteres son redondos porque el impacto de un meteorito se parece más a una explosión que a un choque. Dicho de otra manera, la energía liberada durante el impacto es tan enorme en comparación con lo que pueden soportar los materiales involucrados en la colisión que poco importan la velocidad y la trayectoria que llevara el meteorito, porque las ondas de choque generadas tanto en el aire como en el suelo se expandirán de manera simétrica en todas las direcciones, dando la forma circular al cráter.

Fuente: https://cienciadesofa.com/2016/08/por-que-los-crateres-son-casi-siempre-redondos.html

La danza de Venus…

El video muestra 8 años de la órbita de Venus o cinco ciclos sinódicos, esto es igual a 584 días, que son los días que tarda Venus en alinearse con el Sol con respecto a la Tierra, en una conjunción inferior (esto sería equivalente a un eclipse si estuviéramos hablando de la Luna). «Sínodo» significa «encuentro», estos son los cinco puntos de encuentro en un período de 8 años en los que Venus se interpone, por así decirlo, entre el Sol y la Tierra. Existe una asombrosa relación matemática en esto, dado que ocho órbitas de la Tierra coinciden de manera casi exactamente con 13 de Venus, formando una proporción 5:8. Esto también es conocido como «resonancia sinódica». Venus tarda 224.7 días en dar una vuelta al Sol.

El ciclo completo de los 584 días hace que Venus pase 263 días como estrella de la mañana, 50 días ausente («bajo los rayos del Sol»), 263 como estrella de la tarde y 8 días ausente. En 8 años Venus y el Sol entran en conjunción 10 veces, pero son las cinco conjunciones inferiores (los puntos más cercanos a la Tierra, en la parte interior de la órbita) las que marcan el ciclo sinódico y dibujan los vértices de esta rosa cósmica que también puede ser representada como un pentagrama ya que los vértices de estas conjunciones tienen la misma relación geométrica.

Fuente: https://pijamasurf.com

Rocas espaciales…

Un año más han llegado las Perseidas o Lágrimas de San Lorenzo para llenar nuestros cielos de estrellas fugaces. Históricamente a las lluvias de estrellas se les ha dotado de un halo romántico, de mitos y leyendas que mezclan la ciencia y la cultura popular. Pero, analizándolas desde un punto de vista más objetivo y rompiendo un poco la magia que las rodea, las estrellas fugaces no son más que partículas que chocan contra nuestra atmósfera y se incineran. ¿Sabéis cómo se denomina a esas partículas? Veamos la siguiente infografía:

Asteroides

Aquí vamos a encontrarnos con un objeto rocoso, carbonáceo o metálico que presenta un tamaño menor al de un planeta (entre 1000 km y decenas de metros). En el sistema solar, la mayoría de ellos proceden del conocido como cinturón de asteroides, entre Marte y Júpiter y orbitan alrededor del sol en órbitas inferiores a las de Neptuno.

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Traje antigravedad…

Los trajes antigravedad, también llamado pantalones antigravedad o antig, usados por los pilotos de las fuerzas aéreas, cosmonautas y astronautas, consisten en un sistema de cámaras hinchables que al aumentar la aceleración vertical se inflan oprimiendo el cuerpo del piloto en las piernas y el abdomen, con recortes que permiten la movilidad en las rodillas y en la ingle, evitando de esta forma que la sangre se desplace a esta parte del cuerpo, manteniendo el riego en el cerebro.

El traje antigravedad es de gran utilidad para evitar la llamada visión negra producida por ascensos o maniobras que hagan descender la sangre a las piernas. No así contra la visión roja producida por maniobras de sentido contrario.

Fuente: https://es.wikipedia.org

Cuando el modelo suplanta a la realidad…

Un día fue para mí histórico. Fue en el planetario, al principio, una de las primeras sesiones para escolares y yo les estaba enseñando a mirar el cielo: el carro, la osa mayor, la estrella polar… “¿Os acordáis de que antes se veía Orión?”, les decía. “Pues ahora no se ve por el horizonte”. Les enseñaba las constelaciones, lo que pasa a lo largo de una noche, éste es Mercurio y éste es Venus, y éste es Júpiter… Y un día se me levanta un niño y me dice “¿Y la Tierra dónde está?… Aquello me sonó como una bofetada enorme. ¿Y la Tierra donde está? Tengo que reconocer que le di un grito. Y le dije: ¡Debajo de tus pies! ¡Y cuida de que no deje de estarlo nunca!

Pero es que… aquello era brutal, ¿qué había hecho la escuela con aquel crío? Había conseguido la usurpación de la realidad por el modelo. O sea, ¿qué era el sistema solar? El sistema solar era un dibujo de su libro en donde estaban Mercurio, Venus, Marte, Júpiter… y la Tierra… Entonces, allá donde estén Marte, Júpiter y tal, tiene que estar la Tierra. Y esta realidad del modelo se había impuesto de tal manera a la mente de aquel crío que ya la realidad cósmica había pasado a ser una ficción. Y empiezas a preguntarte, bueno vamos a ver, ¿cuántas de las cosas que le hemos enseñado a este crío, a estos críos, tienen sentido para ellos? ¿Cuántas le sirven para pensar, para razonar, para pasar una noche bonita mirando a las estrellas, para saber lo que es un planeta…? […]

¿Quién dijo que lo que había que saberse era un modelo cuando los modelos sirven para explicar realidades y la realidad se desconoce? Concho, yo el modelo no lo necesito. Deje usted que yo haga modelos para interpretar las realidades que conozco. Enséñeme los modelos que vaya creando, enséñeme usted a crear modelos, pero no me enseñe los modelos, ni el de Copérnico, ni el de Tolomeo… ¡Ninguno! Primero la realidad, después que venga lo otro.

Fuente: http://naukas.com

Eclipsando religiones…

A partir de las 10h de este lunes (18h en la península), una sombra gigantesca recorrerá durante varios minutos el territorio de Estados Unidos y dejará centenares de lugares a oscuras, como lo estuvieron los primeros humanos que vivieron la experiencia de ver pasar la luna por delante del sol.

Técnicamente lo que vivirán será solo eso, una interrupción de la luz que nos llega desde el cielo, pero el fenómeno – incluso sabiendo a qué se debe – resulta sobrecogedor. El cielo se oscurece por completo, baja la temperatura y empieza a soplar el viento, como si una criatura monstruosa estuviera devorando el astro. Así lo creyeron los chinos, quienes golpeaban cazos y sartenes para espantar a los dragones que se estaban comiendo el sol; los habitantes de la India, que se sumergían hasta el cuello en el agua mientras aquella batalla se libraba en los cielos; o los aztecas, que pensaban que los demonios de la oscuridad descendían durante el eclipse para comerse a los hombres.

Solo cuando nos sobrepusimos a nuestros miedos, empezamos a obtener información de aquellos episodios de oscuridad sobre la Tierra. En el año 129 a. C. un eclipse total en el estrecho de Dardanelos que separa Europa y Asia y al que los griegos se referían como el Helesponto, inspiró a Hiparco para realizar un curioso cálculo. Como tenía los datos del eclipse en Alejandría, donde había sido parcial, podía usar las posiciones de la sombra de la Tierra sobre la Luna para triangular y calcular la distancia de la Tierra a la Luna mediante un simple problema de geometría. Y se quedó cerquísima del dato real. Muchos siglos después, con instrumentos de observación más modernos, los eclipses sirvieron para hacer grandes descubrimientos. En 1868, el físico francés Pierre Janssen viajó hasta la India para contemplar un eclipse total y apuntó al Sol con su espectroscopio. Entre las líneas del espectro encontró una fina marca amarilla que no supo identificar. Había descubierto en el sol un elemento nuevo, el helio, antes de encontrarlo en la Tierra. Y en 1919 el astrofísico británico Arthur Eddington viajó a la isla de Príncipe, en el golfo de Guinea, para observar el eclipse solar del 29 de mayo y poner a prueba la Teoría de la Relatividad General de Albert Einstein. Sus observaciones y fotografías mostraron supuestamente que, tal y como predecía la teoría, el campo gravitatorio del sol curvaba la luz de las estrellas que estaban detrás, algo que solo se podría observar cuando un objeto tan grande como la luna bloqueaba la luz solar.

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