E.T. …

Eres un adolescente de 19 años. Aburrido, enciendes la televisión. Zapeas. Como de costumbre, saltas «La 2». Cine clásico. Una película en blanco y negro. Para carcas, piensas.

Un par de décadas después, viendo el telediario, E.T. cumple 40 años. La emiten en «La 2». Cine clásico. La visionas completa. Una película que marcó una generación, piensas.

Amigos…

Los grandes amigos se hacen antes de cumplir los treinta años. El secreto está en aburrirse. Eso dicen los estudiosos del tema, porque de todo hay estudiosos: la amistad necesita que los sujetos estén ahí sin nada que hacer.

Después de los treinta te entran prisas y eliges amigos para «hacer cosas». Os veis con motivos, que es una cosa horrible. Una vieja amiga lo lleva al extremo y tiene a sus conocidos etiquetados por funcionalidades: tiene amigos para salir, amigos para el gimnasio, amigos para cuando tiene novio y para cuando está soltera, para cuando quiere ir al teatro, para pedirles consejo, reírles las gracias o hablarles por WhatsApp.

Si eres padre la cosa es aún peor: con tus nuevos amigos solo tienes en común el tamaño de vuestros hijos.

No era así con tus primeras amistades. Para empezar, compartíais tamaño vosotros mismos. Y desde luego no quedabais para «hacer cosas», sino al revés: primero quedabais y luego decidíais qué hacer. Con mis amigos hubo noches que hasta salimos.

La amistad se abona con aburrimiento. Se nutre de estar con la tele puesta. Viendo nada. De domingos en el parque, en un banco maltrecho, o en la casa donde nunca había padres. Horas mascando pipas. Sentado en un bordillo con un amigo nos invadieron los alienígenas y él ni se inmutó —yo reconozco que me extrañé–. ¿Qué hacemos? No sé. Las amistades se tejen en tardes que se expanden, cuando no sabes que luego la vida se te escurrirá entre los dedos.

Otra cosa asombrosa de tus viejos amigos es que no se te parecen. Ahora con tus amistades compartes intereses y hasta temperamento. Con tus amigos del instituto solo compartías espacio-tiempo: estaban ahí en tu clase.

Además, van cambiando. Es divertido mirar a tus amigos en sus mundos nuevos porque parecen otras personas. Un amigo inseguro es ahora el rey de ciertas fiestas. A ti, que lo conociste tímido, te parece impostado. Pero ¿cuál de los dos es más real?

Os conocisteis a medio hacer. Mis amigos no siempre son los maridos, padres y contribuyentes que yo hubiese dicho.

Por supuesto, tú has cambiado tanto como ellos en estos años.  Por eso los amigos de la infancia actúan como cápsulas del tiempo, que es otra de sus grandes virtudes. ¿Os acordáis de esos contenedores de acero donde los niños de 1965 enterraron discos, fotografías, anuarios, cartas de amor y mensajes al futuro? Reunirte con tus amigos es abrir esa cápsula. Es un viaje a los noventa, como no tener móvil, llamar a una chica y tener que hablar con su padre para que se ponga.

Tus amigos te conectan con tu infancia. En cierto modo te dan continuidad. Con ellos dejas de ser quien eres ahora y te conviertes en una versión fluida de ti mismo, un poco niño, un poco adolescente. Tienen también algo de multiverso: verlos te asoma a otras vidas que desechaste o te fueron negadas. Puedes pensar en la versión de ti que no salió del pueblo, la que se casó joven o la que decidió vivir en Australia. En un mundo que debilita las familias y donde pocas parejas duran para siempre, las amistades permanecen.

¿Qué te une a tus amigos? Os une la nostalgia (todas esas historias vuestras que os encantan) y os unen ciertas risas (de un tipo especial que, como un fractal, parecen contener todas las veces que os habéis reído juntos). Os une el orgullo de hacer tuyos sus éxitos; y conoceros muy bien sin pretenderlo. Pero sobre todo os une un compromiso. Os hicisteis amigos de niños y sin motivo. Estabas ahí en su clase, en su calle o en su bloque. Es un compromiso absurdo. Quizás lo explica todo. Yo soy un pésimo amigo, especialmente de mis viejos amigos, pero a ellos no parece importarles.

Fuente: www.jotdown.es

¿Cómo te gustaría ser recordado?

«Ni me preocupa. Nos creemos que somos importantes. No somos ni un grano de arena en la magnitud del universo. El hombre es un bichito vanidoso… los monumentos más espectaculares los humanos los han hecho intentando sobrevivir…. esos monumentos como son las pirámides para hacerle la tumba a un tipo… es porque amamos la vida y queremos escapar… a preguntas que no tienen respuesta.»

Fuente: www.youtube.com

Coste de oportunidad…

El coste de oportunidad es mi modelo mental favorito. Tomar la decisión en función de la mejor alternativa disponible. Yo, que quería un Golf, decidí quedarme con el Dacia Sandero. Metí la diferencia al bitcoin porque me gusta el upside de las criptomonedas. Prefiero una wallet enterrada en el bosque antes que conducir con calefacción en los huevos. El coste de oportunidad incluye el largo plazo: estoy comprando un ticket para jubilarme a los 40. El Golf, en cambio, sufre depreciación desde el minuto 0. Añádele impuestos y gastos de mantenimiento. Y la preocupación por el rasguño que perturba mi sueño. Todos los coches cumplen la misma función: llevarte del punto A al punto B. Las diferencias marginales en diseño, equipamiento y seguridad no justifican los elevados precios. ¿Sabes qué reduce la accidentalidad? Circular siguiendo las normas. Un Dacia Sandero, sin climatizador, cura todas las gilipolleces. La autoestima sufre con un motor de 80 CV pero esa es buena medicina para lidiar con el tramposo ego. Presentarte a la reunión familiar con el coche más triste, señal inequívoca de inteligencia. Tu primo consultor te considera un perdedor. El mismo retrasado que financió un deportivo a 60 meses para conducirlo por carreteras con límite de 120. Salir de la competición por estatus, fijando tus propias reglas. Cómprate un utilitario rumano. No puedes perder si no juegas el juego.

La señalización es la trampa de la clase media. Esclavos de la novedad constante, en una felicidad con fecha de caducidad. Diferenciemos entre quien no llega final de mes porque no gana lo suficiente y quien no llega a final de mes porque es imbécil. Tú ingresas 4.000 netos. ¿Qué coño haces tirando de tarjeta? Los ricos de verdad, los que no se preocupan por el dinero, llevan un Mercedes de 1999. Sorpresa: no te ganaste su respeto comprando un coche a crédito. Regresa la España del Cayenne porque no hay lecciones en ciclo alcista. Esté preparado cuando llegue la crisis, no puedes permitírtelo si no puedes cubrir la pérdida. Tu vida cambia el día que entiendes que el ahorro compra independencia. El gasto (¡cualquier gasto!) pierde atractivo en el coste de oportunidad, ya nada es imprescindible, excepto tu libertad financiera. No quieres un descapotable que genera apego, solo quieres opcionalidad en un mercado incierto. El lujo, mal entendido, corrompe las almas de los pretendientes. El lujo no es lo que tú crees. El lujo no es un restaurante pretencioso. Ni tampoco un bolso de marca. Ni por supuesto un fin de semana en Baqueira. El lujo es más simple. El lujo es control de la agenda. El lujo es decir lo que piensas. El lujo es libertad de movimientos.

Fuente: https://joantubau.substack.com

El dinero compra felicidad…

El dinero no compra la felicidad pero el dinero compra felicidad. Marginalmente. La utilidad presenta un rendimiento decreciente. Los primeros mil euros tienen un mayor impacto que los mil siguientes. La curva se aplana a partir de los 50.000 anuales, ganar un euro extra allí no repercute significativamente en tu bienestar.

Mi primera intuición es que no ahorres cuando eres joven. Gástatelo todo en viajes. Un Interrail a los 18 reporta mayor felicidad que un viaje a los 50 por todo lo alto. Los lonchafinistas citan el interés compuesto. Que disfruten de su millón en el geriátrico.

Las experiencias funcionan en una escala binaria. El acceso al televisor marca la diferencia, no su tamaño. Tu vida se parece más a la de Buffett que a la de un pobre en la India. 30.000 euros te separan del joven de Bangladesh. 104.000 millones te separan del abuelo de Omaha. A pesar de la abismal distancia, la brecha es infinitamente mayor en los 30.000 iniciales. «Tengo una pantalla más grande para ver el mismo partido de baloncesto». Buffett hacía también la broma del jet privado. Es más cómodo (¡incremento marginal!) pero no representa un cambio de paradigma. Llevar la electricidad a esas chabolas sí les cambia la vida.

Son muchas las trampas en la sociedad desarrollada, pero debes plantearte cuándo será suficiente. Si estás cerca de los 50.000, pregúntate el coste de oportunidad (¿menos tiempo con tu hijo?) de ganar ese euro extra. ¿A qué estás renunciado para subir un peldaño? Identifica ex ante el punto en el que dejar de competir y recuerda que no hay tal cosa como un almuerzo gratis. Qué puedes comprar con cada euro que ganas y qué dejas de hacer con cada minuto que pierdes.

Tienes que escoger y no es fácil con tantas opciones. La oferta infinita (¡Tinder!) sabotea tu felicidad. Se complica la elección y, más jodido, condiciona tu experiencia. Por muy contento que estés, sientes que te estás perdiendo algo, sientes que existe algo mejor allí fuera, esperándote. Seguí por Eurosport el partido de Nadal contra Djokovic, después de pelear la noche antes por una entrada. Que no alcanzara ese objetivo me impidió disfrutar en plenitud del duelo. Era consciente que, con un poco de suerte, yo podía estar en ese estadio, en la majestuosa Philippe Chatrier, con todo el glamour de Roland Garros. Peor te sientes cuanto más cerca te quedas. La demencial paradoja es que sería más feliz si fuera inalcanzable.

Fuente: https://joantubau.substack.com

Pobreza…

Sobre la pobreza aprendí que es una metástasis que se lo come todo. Ojalá fuera solo escasez de dinero o incluso de alimentos. La pobreza hace que niños de cinco años tengan la estatura de uno de un año y que saquen peores notas que un niño que puede comer fruta, carne y pescado todas las semanas. La pobreza hace que su capacidad de aprendizaje y desarrollo sea mucho menor, hace que tengan menos opciones de tener éxito. Que tengan menos posibilidades de convertirse en deportista (por falta de medios —¿dónde conseguir una raqueta o una piscina para entrenar?—, de buena nutrición o de buena formación), de convertirse en científico o artista. La pobreza hace que crezcan con esas carencias y eduquen a la siguiente generación sin herramientas. Hace que se hereden las lagunas emocionales y no sepan ser cariñosos. Que se perpetúen los códigos de violencia. Que no haya medios para supervisar el desarrollo de los niños que conformarán la siguiente generación de adultos. Que no se detecten enfermedades con solución y la gente conviva con ellas sin ser consciente de lo que padece, ya sean alergias, ansiedad, problemas en la piel, tiroides o cualquier otra cosa que jamás nadie les diagnosticará.

La romantización de la pobreza es, tal vez, el cliché más injusto y cruel. Esos niños y niñas sin zapatos que corren libres y sonriendo por el barro son niños y niñas que crecen en un ambiente sin normas en el que el bullying, la violencia, la agresión sexual y la tensión están presentes de manera permanente. Se forman como personas en una atmósfera de dureza y supervivencia. Y llegan a adultos con esa moldura que transmiten a sus hijos. La pobreza se perpetúa, se hereda, no se supera por arte de magia.

La pobreza genera estrés y ansiedad pensando en cómo ganar dinero al día siguiente. Genera dolor de espalda porque la cama está rota. Genera fiebre y diarrea porque en casa entra frío. Cuando un niño se rompe un hueso se queda cojo toda la vida porque no hay medios para rehabilitar algo no tan complicado de solucionar. La pobreza lo abarca todo e influye en todo, se transmite de generación en generación y atrapa a sociedades enteras como una tela de araña. En general, cuando nos preguntamos por qué en algunos sitios ocurren ciertas cosas y en otros no, la respuesta casi siempre es la misma: pobreza. Ojalá fuera solo escasez de dinero.

Fuente: www.jotdown.es

Día del trabajador…

Me gusta mi trabajo. Me gusta dar clase aunque hay grupos y grupos, y horas y horas. Me gusta tanto que incluso hablo sobre ese trabajo fuera de mi jornada laboral o en este blog.

Trabajo por dinero. Me gustan más las vacaciones que dar clase al mejor grupo de los que tengo. Mucho más la nómina que las palmaditas en la espalda por el buen trabajo que hago. Las felicitaciones, que vengan en papel de curso legal. Mi ego no necesita más que poderlo satisfacer invitando a la gente que quiero a comer, a disfrutar de un día en la montaña o, simplemente a conversar sin prisa. Eso es vida. Vida es no tener despertador aunque madrugues. Vida es tiempo. Tiempo para poder gestionar de la manera que uno quiera. Y eso no sucede durante el trabajo. El trabajo marca unos tiempos y rutinas profesionales que uno debe cumplir. No hay otra. Especialmente para los que hemos nacido pobres.

Hago mi horario de la mejor manera que sé. Cumplo mi horario «no lectivo» con creces. Dispongo de tiempo para disfrutarlo. Y, en caso de optar por prescindir de ese tiempo libre, a diferencia de antaño, lo hago por dinero. Sí, ya estoy harto del voluntarismo y del altruismo en un contexto capitalista que, por desgracia, está a la orden del día.

La explotación laboral está a la orden del día en muchas profesiones. Algunos creen que su trabajo les va a llevar, quizás a ser los más apreciados o ricos del cementerio. Seguramente hay algunos que suplan su falta de vida personal y aficiones con un incremento de su vida profesional. Ojo, repito. No es malo. Cada uno decide cómo quiere vivir. Bueno, a veces no se puede elegir y debemos vivir de la mejor manera que nos deje las circunstancias en las que nos hemos encontrado.

Un día como hoy es un buen día para recordar que trabajamos para vivir. Y que, como decía una pintada en mi pueblo, si el trabajo fuera bueno se lo guardarían los ricos para ellos. Nadie se hace rico trabajando honradamente. Las excepciones que existen, demuestran que son solo excepciones. Espero haberme explicado bien.

Mi vida empieza al acabar mi trabajo. Y solo tengo una, así que debo aprovecharla al máximo posible.

Fuente: https://xarxatic.com

Educar para el fracaso…

Pienso que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota.

En manejarse en ella. En la humanidad que de ella emerge.

En construir una identidad capaz de advertir una comunidad de destino, en la que se pueda fracasar y volver a empezar sin que el valor y la dignidad se vean afectados.

En no ser un trepador social, en no pasar sobre el cuerpo de los otros para llegar el primero. Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos y oportunistas, de gente importante, que ocupa el poder, que escamotea el presente, ni qué decir el futuro, de todos los neuróticos del éxito, del figurar, del llegar a ser.

Ante esta antropología del ganador de lejos prefiero al que pierde. Es un ejercicio que me parece bueno y que me reconcilia conmigo mismo. Soy un hombre que prefiere perder más que ganar con maneras injustas y crueles. Grave culpa mía, lo sé. Lo mejor es que tengo la insolencia de defender esta culpa, y considerarla casi una virtud.

Pier Paolo Pasolini

Fuente: https://culturainquieta.com

Made in China…

Una vez entendí que una fábrica en China no podía cerrar los fines de semana, le propuse a mis socios cerrar al menos los domingos. Me miraban como si yo llegara de marte. Y… al contrario de lo que yo creía, no estaban defendiendo sus beneficios empresariales, lo que intentaban explicarme es que esto no funcionaba así.

Y el argumento era el siguiente: “un inmigrante, y la mitad de los empleados de nuestra fábrica lo eran, waidiren venidos de las provincias más pobres” no vive a 2000 km de su casa, con la angustia de no saber si hay otro tipo cuidando de su mujer y su hijo… para que tú te dediques a cerrar la fábrica aleatoriamente cuando te viene en gana.

No, él ha venido a trabajar, como una bestia, a ahorrar todo lo que pueda para construirle una casa a su madre en el pueblo, para montar eventualmente un negocio propio o para pagarle la universidad a su hijo, cada día de fiesta que le das no es sólo un desperdicio en términos de ingresos, además según su modus operandi, si no está ingresando, está gastando. Se pasará por los billares del pueblo con los otros empleados y se gastará un dinero muy preciado en cervezas.

No, Adrián, si le das menos de 28 días de trabajo al mes, se irá a la fábrica de al lado. Me decía mi socio, porque yo entiendo tu cerebro occidental y tus conflictos mentales, pero él no. Sabes lo que va a pensar él? Que no tienes pedidos. Porque ningún empresario en su sano juicio, con pedidos sobre la mesa, cierra la fábrica. Cada vez que una fábrica les dice a sus empleados, mañana no vengáis, genera temor. Si no eres capaz de darle trabajo todo el mes, dudará de ti, de su estabilidad futura y buscará otro empleo donde le garanticen trabajo porque tú no lo haces.

Hoy os dejo con una frase, de una época en la que viví en una ciudad donde en aquel momento, se producía el 60% de todo el calzado deportivo del mundo. La mayoría de mis amigos trabajaban en fábricas de calzado y me dijeron algo que me rompió la cabeza, sobre las buenas intenciones, el trabajo duro, el pasado, presente y futuro de China.

«Me he sacrificado toda mi vida para que mi hijo no tenga que pisar una fábrica de Nike, pero ha hecho más Nike por China que todas las ONG’s juntas”

Fuente: https://sedeenchina.com

Vivir para trabajar…

Si tu vida es el trabajo tienes un problema. Si tus decisiones personales las tomas, más allá de tu jornada laboral, pensando en tu profesión, tienes un problema. Si vives por y para tu trabajo, tienes un problema. Si eres incapaz de ver, como nos ha pasado a algunos demasiado tiempo, que la vida pasa y el trabajo no es más que una necesidad por haber nacido en un determinado tipo de familia, tienes un problema. Yo he tenido ese problema. Yo me he pasado fines de semana y vacaciones haciendo cosas de mi trabajo. Incluso he convertido, en ocasiones, ese trabajo en un hobby. Y esto, por muchos motivos, no es sano.

Tenemos un horario lo suficientemente amplio durante la semana para no tener que llevarnos trabajo a casa. No pasa nada por dividir esas horas “de preparación y formación” entre nuestros fines de semana. El problema es hacer infinitas horas extra. ¿Qué ejemplo le estamos dando a los chavales? ¿Realmente debemos nosotros de suplir la mala gestión educativa que nos rodea? ¿Hasta qué punto debemos dejar de tener tiempo libre para convertirlo, con o sin sonrisa mediante, en tiempo laboral? La vocación como mal endémico de nuestra profesión. Por suerte hay algunos que lo tienen claro. Otros intentamos vislumbrar la luz al final del túnel de algo que nos lleva absorbiendo demasiado. Poco a poco…

Yo este fin de semana he empezado dejando la mochila en el coche. Sé que tengo cosas que corregir. Sé que debería preparar algunas cosas pero, como hago últimamente, me pongo un contador del tiempo que dedico a mi profesión. Y ya he regalado cerca de media hora. Por tanto, he cumplido a rajatabla mi horario laboral. Mi contrato. Mi relación contractual con la empresa que me tiene contratado. Ser funcionario no implica que no tengamos una administración a la cual no debamos rendir cuentas. Por eso estoy este fin de semana largo intentando no hacer nada relacionado con mi trabajo como docente. Otra cuestión es si me apetece fabular rápidamente en Twitter sobre educación o, simplemente, si me apetece escribir algunas otras líneas aquí comentando ciertas cosas. Lo hago como persona y no como docente, aunque la profesión me sirva para conocer algo más de ciertas cosas. Pero, aun así, mi opinión vale lo que vale. Opinamos 24/7. Pero eso no es trabajo. Trabajo sería otra cosa.

Cada vez tenemos una vida laboral más larga. Las horas que dedicamos a nuestra profesión más allá de nuestro convenio laboral son horas que detraemos a otras personas, a otras cuestiones,… a una vida que deberíamos tener más allá de nuestra profesión. No lo sé. Quizás nuestra profesión sea diferente a las otras, como dicen algunas voces. O quizás sea porque, por desgracia, hay personas que no tienen más vida que su trabajo. Y eso, por mucho que nos guste lo que hacemos, acaba siendo muy triste.

Disfrutad del fin de semana. Son horas que, una vez pasadas, no vais a poder recuperar.

Fuente: https://xarxatic.com

Ateísmo…

1. «La religión es como las luciérnagas, necesita la oscuridad para brillar.» Arthur Schopenhauer.

2. » Si hablas con Dios estás rezando; si Dios te contesta tienes esquizofrenia.» Thomas Szasz.

3. «No solo Dios no existe, sino que a ver cómo encuentras un fontanero en fin de semana.». Woody Allen.

4. «Dios no reside en un cielo de nubes, simplemente habita en mentes nubladas.» Carl Sagan.

5. «El hecho que un creyente pueda ser más feliz que un escéptico es tan cierto como decir que el borracho es más feliz que el hombre sobrio.» George Bernard Shaw.

6. «La fe no te da respuestas, solo detiene las preguntas.» Frater Ravus.

7. «Lo que puede ser afirmado sin pruebas también puede ser descartado sin pruebas.» Christopher Hitchens.

8. «Me resisto a creer en un Dios que es la principal causa de los conflictos en el mundo, predica el racismo, el sexismo, la homofobia y la ignorancia, y luego me manda al infierno si soy malo.» (Mike Fuhrman)

9. «Todos somos ateos respecto a la mayoría de dioses en los que la humanidad ha creído alguna vez. Algunos de nosotros simplemente vamos un dios más allá.» Richard Dawkins

10. «Le pedí a Dios una bicicleta, pero como sé que Dios no funciona así, robé una bicicleta y pedí perdón a Dios.» Homer Simpson.

Fuente: https://amp.antena3.com

Pedalear…

Un ciclista es un desastre para la economía del país: no compra coches, ni presta dinero para comprar. No paga pólizas de seguro. No compra combustible, no paga para llevar el coche a revisión y no necesita reparaciones. No usa aparcamiento pagado. No causa accidentes graves. No requiere autopistas con varios carriles. Él no se vuelve gordo.

Las personas sanas no son necesarias ni útiles para la economía. No compran medicina. No van a hospitales ni a médicos. No agregan nada al PIB del país.

Por el contrario, cada nueva tienda de McDonald’s crea al menos 30 empleos, en realidad 10 cardiólogos, 10 dentistas, 10 expertos en dieta y nutricionistas, obviamente, así como las personas que trabajan en la propia tienda».

Caminar es aún peor que los peatones, ni siquiera compran una bicicleta.

Fuente: https://diariodelamancha.com

Cultura vs cualificación…

Si por algo se distingue el ser humano es por su arrogancia.

Vivimos en un mundo en el que toda persona parece tener la obligación de opinar sobre cualquier cosa y posicionarse ante las innumerables polémicas, naturales o interesadas, con las cuales los medios de comunicación nos atiborran diariamente. Ante esa necesidad, muchos se creen capacitados para ejercer ese rol, porque son personas cultas, debido a que disponen de un título universitario que así lo acredita. Qué equivocados estamos.

En la cultura occidental -ya global- se ha convertido en un tópico hablar de lo sorprendente que resulta que ciertas corrientes ideológicas o fenómenos sociales se desarrollen en sociedades avanzadas y, por lo tanto, cultas. Todos habremos leído lo irracional que resulta que el nazismo se pudiese reproducir en una sociedad tan culta como la alemana de los años 30, puesto que era uno de los países más industrializados, técnicamente más punteros y con estándares educativos más avanzados del planeta. De ese modo, traemos a la mente el cliché del oficial de las SS que habla varios idiomas, cita a filósofos y toca el piano pero que es, básicamente, un hijo de puta con balcones a la calle. A esta imagen asociamos la pregunta retórica tradicional ¿cómo es posible que personas tan cultas sean capaces de cometer semejantes aberraciones? La respuesta, como ocurre en multitud de ocasiones, es que no se puede responder de forma satisfactoria a una pregunta que está mal planteada y ya es absurda per se. En otras palabras, hemos construido un falso mito en torno a lo que es una persona culta.

Vivimos en unos sistemas supuestamente democráticos en los cuales se supone que los ciudadanos eligen a sus representantes tras un análisis racional de la realidad. Es, por tanto, necesario que esos ciudadanos sean personas cultas, es decir, con la suficiente capacidad intelectual para tomar las decisiones correctas que afecten a los asuntos públicos, pues de otra forma es evidente que dicho sistema no puede funcionar de forma satisfactoria. Ocurre, sin embargo, que los ciudadanos asocian el concepto de ser personas cultas a ser personas educadas, es decir, que han completado distintos niveles educativos con éxito. De ese modo, alguien con un grado en farmacia y un master, que hable razonablemente bien en inglés, es una persona culta, siendo percibida como tal por sus semejantes y por sí mismo. Ese ciudadano considera, en base a esa cualificación, que está capacitado para opinar sobre los distintos asuntos que conforman eso que denominamos opinión pública. Su opinión sobre el sistema fiscal idóneo en su país es considerada más respetable que la de su vecino, encofrador de profesión, a pesar de que ambos han recibido la misma formación en cuestiones económicas, es decir, ninguna. Dicho graduado también se considera cualificado para opinar sobre el cambio climático, la inmigración, la marcha de Messi del Barça, o la literatura rusa de entreguerras.

Supongamos, además, que a nuestro amigo farmacéutico le va razonablemente bien en la vida. Es una persona de éxito con un poder económico razonable ya que regenta la farmacia heredada de sus padres. En ese caso, al hecho de ser una persona con carrera, se le suma el plus de ser una persona a la que le va bien. Sus opiniones ya no son solo las de una persona culta, sino las de una persona exitosa, por lo cual sus posiciones sobre temas que desconoce por completo están aún más auto-valoradas.

Considero que el problema reside en que seguimos alimentando el mito de que una persona es culta cuando lo que queremos decir es que está técnicamente cualificada en un área concreta. Es por ello que saber tocar el piano no te inmuniza contra el totalitarismo. Lo realmente sorprendente es cómo nos hemos convencido de lo contrario.

Fuente: www.meneame.net

Ley de Parkinson…

La Ley de Parkinson, enunciada por el británico Cyril Northcote Parkinson en 1957, afirma que «el trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible para que se termine».

Para muchos, cuanto más tiempo se tenga para hacer algo, más divagará la mente y más problemas serán planteados. Este hecho tiene una gran aplicación en gestión del tiempo, productividad y dirección de proyectos, puesto que la fijación de cortos plazos de entrega nos ayuda a evitar que el trabajo se expanda innecesariamente.1

Las tres leyes fundamentales de Parkinson son:

  1. «El trabajo se expande hasta llenar el tiempo de que se dispone para su realización».
  2. «Los gastos aumentan hasta cubrir todos los ingresos».
  3. «El tiempo dedicado a cualquier tema de la agenda es inversamente proporcional a su importancia»

Fuente: https://es.wikipedia.org

Tsundoku…

«Tsundoku» es un término de argot japonés que proviene de la unión de los términos tsunde oku (積んでおく?), que significa empacar cosas listas y dejarlas para más tarde, y dokusho (読書?), lectura de libros. También se utiliza para referirse a los libros listos para una lectura posterior cuando están en una estantería.

Fuente: https://es.wikipedia.org/