Arena…

Un viernes estas dando tu primer beso en un botellón, entre licor 43, vino Don Simón y tecno italiano noventero y al viernes siguiente estás viendo una película antigua, con un omeprazol y un Enantium para calmar el dolor de espalda.

Los signos son cada año más evidentes. Odias más las Navidades, le coges el gusto a eso de estar solo, las resacas son cada vez peores y esa media hora antes de dormir, cuando lees un libro, suele ser, cada vez más, el mejor momento de lunes a jueves. Los amigos se van quedando calvos y tienen hijos. Las amigas hablan cada vez más de guarderías y cada vez menos de sexo. Te da una pereza terrible entrar a sitios donde no pongan música decente (aunque eso es algo con lo que siempre he tenido que bregar), el fútbol se convierte en una inercia cada vez más tenue y ya no pasa nada si te pierdes un partido, o dos, o veinte. Aborreces los fenómenos culturales juveniles, te asombras de las pintas que llevan los adolescentes y escuchas cada vez más música vieja y cada vez menos música nueva. Cuando vas a comprar ropa te sorprendes a ti mismo buscando la comodidad antes que la moda. La vergüenza ajena se incrementa, la vergüenza propia se atenúa. Y mientras te muestras más en guerra que nunca contra la mierda de mundo en el que vivimos, haces, por fin, las paces contigo mismo. Y hasta con tus padres.

Puede que a muchos les parezca terrible todo lo que digo, pero a mi me parece maravilloso. Hace ya muchos años que no me despierto pensando: «¿qué estás haciendo con tu vida?». Y no porque ahora lo tenga claro, sino porque ya sé que la vida tiene sentido porque precisamente no lo tiene. Y ese limbo existencial, lejos de aterrarme me parece tan confortable y entrañable como una cabaña de madera con una chimenea encendida en mitad de una ventisca polar y tan prometedor y seductor como el beso que dí aquella noche, entre Licor 43 y Vino Don Simón.

Fuente: www.meneame.net

Estudios «mundiales» occidentales…

La inmensa mayoría de la investigación –en ciencias sociales y en cualquier otra rama científica- se realiza en centros de investigación occidentales (EE UU, Europa y Japón), de modo que los resultados están sesgados por la abusiva participación de los occidentales y su peculiar (extraña, como veremos) forma de mirar el mundo. El 96% de los sujetos participantes en estudios psicológicos eran occidentales, y de ellos, el 70% eran estadounidenses.

Un ejemplo aún más flagrante del peso cultural en el comportamiento individual lo ofrece el conocido Juego del Ultimátum, en el que participan dos jugadores, uno de los cuales recibe una cantidad de dinero que debe dividir con el otro participante. Si este rechaza la oferta, los dos se quedan sin dinero. La lógica económica dicta que los jugadores occidentales tenderán a ofrecer un acuerdo del 50-50, y que cuando no exista equidad en la oferta, un jugador tenderá a castigar al otro.

Sin embargo, entre los individuos de la tribu amazónica de los machiguenga los participantes parecían encantados de recibir cualquier oferta, por pequeña que esta fuera: “La idea de rechazar una oferta de dinero gratis les parecía simplemente ridícula”. A continuación se realizó la misma prueba con otros 14 grupos sociales pequeños, de Tanzania a Indonesia, para concluir que la generosidad con el contrincante era la norma y no la excepción, que era el caso entre los occidentales.

Otros ejemplos sobre la “excepcionalidad cultural occidental” son abundantes, desde la idea de que el amor romántico es la base del matrimonio, apenas sustentada por la mayoría de los no occidentales, para quienes el matrimonio debe preceder al amor, hasta la particularidad del pensamiento analítico occidental frente al razonamiento holítistico de la mayoría del resto de los pueblos del mundo. En Occidente desarrollamos la visión de que estamos separados del resto del mundo, lo que podría estar conectado con cómo razonamos.

Fuente: www.yorokobu.es