Arena…
Un viernes estas dando tu primer beso en un botellón, entre licor 43, vino Don Simón y tecno italiano noventero y al viernes siguiente estás viendo una película antigua, con un omeprazol y un Enantium para calmar el dolor de espalda.
Los signos son cada año más evidentes. Odias más las Navidades, le coges el gusto a eso de estar solo, las resacas son cada vez peores y esa media hora antes de dormir, cuando lees un libro, suele ser, cada vez más, el mejor momento de lunes a jueves. Los amigos se van quedando calvos y tienen hijos. Las amigas hablan cada vez más de guarderías y cada vez menos de sexo. Te da una pereza terrible entrar a sitios donde no pongan música decente (aunque eso es algo con lo que siempre he tenido que bregar), el fútbol se convierte en una inercia cada vez más tenue y ya no pasa nada si te pierdes un partido, o dos, o veinte. Aborreces los fenómenos culturales juveniles, te asombras de las pintas que llevan los adolescentes y escuchas cada vez más música vieja y cada vez menos música nueva. Cuando vas a comprar ropa te sorprendes a ti mismo buscando la comodidad antes que la moda. La vergüenza ajena se incrementa, la vergüenza propia se atenúa. Y mientras te muestras más en guerra que nunca contra la mierda de mundo en el que vivimos, haces, por fin, las paces contigo mismo. Y hasta con tus padres.
Puede que a muchos les parezca terrible todo lo que digo, pero a mi me parece maravilloso. Hace ya muchos años que no me despierto pensando: «¿qué estás haciendo con tu vida?». Y no porque ahora lo tenga claro, sino porque ya sé que la vida tiene sentido porque precisamente no lo tiene. Y ese limbo existencial, lejos de aterrarme me parece tan confortable y entrañable como una cabaña de madera con una chimenea encendida en mitad de una ventisca polar y tan prometedor y seductor como el beso que dí aquella noche, entre Licor 43 y Vino Don Simón.
Fuente: www.meneame.net
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