El que no es revolucionario a los veinte años…
El que no es revolucionario a los veinte años, no tiene corazón,
y el que lo sigue siendo a los sesenta, no tiene cabeza.
El conocimiento nos hace libres…
Para esos momentos de «ralladas mentales» en los que el cerebro decide funcionar por encima de su nivel normal y se vuelve creativo.
El que no es revolucionario a los veinte años, no tiene corazón,
y el que lo sigue siendo a los sesenta, no tiene cabeza.
Mi abuelo nació y vivió en un pueblo del interior de Almería y la pobreza de la posguerra le impidió viajar. Mi padre lo llevó a ver el mar por primera vez en su vida. El viejo tendría unos 60 años.
Se dirigieron hacia Cabo de Gata. Aparcaron cerca de una playa desierta.
Los dos bajaron del coche. Era un día de abril, soleado y sin apenas viento y el Mediterráneo se reflejó en sus ojos oscuros por primera vez.
Casi hipnotizado, bajó por el caminito de arena que le llevaba hacia la parte más abierta de la orilla. Sus primeros pasos hacia el mar fueron torpes, nunca había andado sobre la arena. Mi padre lo observaba curioso, con la espalda apoyada sobre la puerta del dos caballos.
De pronto, paró en seco a escasos metros de la orilla, y mirando hacia el horizonte infinito y ligerísimamente redondeado, puso los brazos en jarra. El tiempo pareció pararse y mi padre, no muy dado a la emotividad, se sintió tan extraño como conectado al presente.
Mi abuelo se giró. Desandó tambaleante el camino y se dirigió al coche, abrió la puerta y se sentó en el asiento del acompañante sin decir palabra.
Mi padre subió al coche.
-¿Esto es el mar?
-Sí…
-Pues tampoco es para tanto.
Decía Sampedro que la felicidad es uno de los pocos espacios de libertad que nos ha dejado este mundo y que debemos protegerlo con uñas y dientes. Que no debemos dejar que nadie nos diga qué es la felicidad. Tanto es así, que soy de los que opina que es más importante saber qué es exactamente la felicidad, que encontrarla. Lo primero se queda contigo siempre, lo segundo es, muchas veces producto del azar. Lo primero es complejísimo, lo segundo es más o menos frecuente.
Pasolini opinaba exactamente lo mismo que Sampedro, pero sobre la belleza. Para él, la belleza es la cuestión más personal que pueda existir y el objetivo esencial en la vida es encontrarla. Puede que Sampedro y Pasolini hablasen de lo mismo. Tampoco importa demasiado y bien es cierto que, a veces, cuesta mucho diferenciar la dicha de la estética.
Hoy en día tenemos acceso a multitud de imágenes, obras de arte, canciones, libros, películas. Viajamos a cualquier rincón del mundo y conocemos a personas de culturas lejanas. Experiencias todas ellas, a las que, hace 20 años, solo podían acceder unos pocos privilegiados. Pero no es disparatado decir que corren malos tiempos para buscar la belleza y la felicidad.
La belleza, la capacidad de emocionarse, vive en nosotros. Todas esas emociones asociadas a grandes días marcados en el calendario suelen estar engordadas por la levadura del contexto y de las expectativas sociales y culturales. Bodas, aniversarios, cumpleaños, primeras citas… Pero los momentos más felices y bellos de mi vida suelen llegar cuando menos te lo esperas, sin querer. Supongo que en eso precisamente reside lo que da sentido a nuestra existencia para lo bueno y para lo malo, en que su curso es incontrolable e impredecible.
Este modelo de existencia hacia el que nos dirigimos quiere acabar con eso. Quiere obligarnos a estandarizar lo impredecible, quiere imponernos, sutil y gradualmente, una lista con aquellas cosas que deben hacernos sentir bien o mal, con aquello que es bello y aquello que no lo es. Quiere, en definitiva, o quería, que aquel día mi abuelo hubiese llorado de la emoción al ver el mar por primera vez.
Las cosas más bellas y que más dicha nos provocan, sean pequeñas, medianas o grandes, han sido creadas, intencionadamente o no, por personas libres. Genios o protagonistas casuales que no tuvieron miedo a lo impredecible, a lo incontrolable, a la opinión de los demás y que dieron la espalda a los límites culturales, sociales y religiosos, durante toda su vida o durante un solo segundo. Pocas cosas hay más valiosas en este mundo que alguien que te ayude a ser más libre.
Libertad. Una palabra a la que, además, personas más ajenas que nunca a nuestras vidas, están colocando hoy el veneno de la disyuntiva (“Libertad o…”). La disyuntiva es una forma de transformar millones de caminos en dos. O realmente en uno. “Esta es la libertad. Es lo que yo te digo que es”.
Del mismo modo que la autoayuda ha reducido la felicidad a una idea estandarizada concreta y el marketing ha reducido la belleza a una medida exacta, la política, lejos de ayudarnos a crear un espacio propio para encontrar la libertad, nos está imponiendo un concepto estático y monolítico de la libertad. Nunca se habló más de libertad que estos días. Nunca estuvimos más lejos de poder convertirla en algo nuestro.
A mi abuelo no le gustó el mar. A mí, me encanta. Él era una persona feliz. Yo hago lo que puedo. Él fue una persona libre. Yo aún disto mucho de serlo. Aún me quedan muchos años de margen para cumplir los 60, pero cada día que pienso en aquella escena lo tengo más claro: sin libertad no puede haber felicidad, sin felicidad, la belleza se esfuma.
Fuente: www.meneame.net
Si estuvieras en medio del océano en un barco, ¿qué harías:
A. convocarías una elección para ver como pilotear el barco o…
B. tratarías de averiguar si hay alguien a bordo experto en hacerlo?
Si escogiste B, presuntamente piensas que los conocimientos especializados son útiles en este tipo de situaciones… no quieres que meros aficionados estén adivinado qué hacer cuando se trata de asuntos de vida o muerte.
¿Y qué opinas cuando se trata de quienes pilotean el gran barco que es un Estado?
¿No sería también más efectivo encontrar a alguien experimentado para que fuera el líder en vez de votar?
Eso es lo que Platón, el gran filósofo de Atenas -la cuna de la democracia-, alegó hace unos 2.400 años en el libro VI de la «República», uno de los primeros y más influyentes textos sobre… casi todo: justicia, naturaleza humana, educación, virtud.
Pero también sobre gobierno y política.
Está escrito en la forma de una serie de diálogos, entre ellos una conversación entre Sócrates, su maestro, y algunos amigos sobre la naturaleza de los regímenes y las razones por las cuales uno es superior a otro.
En ella queda en evidencia que su opinión sobre la democracia -en griego «el gobierno del pueblo»- como proceso para decidir qué hacer, era poco favorable.
Incluso votar por un líder le parecía arriesgado pues los electores eran fácilmente influenciados por características irrelevantes, como la apariencia de los candidatos; no se daban cuenta de que se requieren calificaciones para gobernar, así como para navegar.
«Los expertos que Platón quería al timón del buque del Estado eran filósofos especialmente entrenados, escogidos por su incorruptibilidad y por tener un conocimiento de la realidad más profundo que el común de la gente».
*cracia
En esa forma de gobierno era la aristocracia -griego para «el gobierno de los mejores»-, donde unos pocos se pasarían la vida preparándose para el liderazgo, los que se encargarían de dirigir la República, de modo que pudieran tomar decisiones sabias para la sociedad.
«Aunque sus puntos de vista eran indiscutiblemente clasistas, Platón creía que esos aristócratas gobernarían desinteresada y virtuosamente».
Sin embargo, esta sociedad ideal estaría en constante peligro de derrumbarse.
«Anticipó que los hijos de los hombres sabios y educados se corromperían con el tiempo por los privilegios y el ocio, que terminarían preocupándose únicamente por la riqueza, y la aristocracia se convertiría en una oligarquía, que en griego significa ‘el gobierno de unos pocos'», señala Porter.
Estos nuevos gobernantes ricos y mezquinos estarían obsesionados con equilibrar el presupuesto. La austeridad dominaría y la desigualdad aumentaría.
«A medida que los ricos se hacen cada vez más ricos, cuanto más piensan en hacer una fortuna menos piensan en la virtud», escribió Platón.
Al crecer la desigualdad, los pobres incultos terminarían superando en número a los que acaudalados.
Eventualmente, los oligarcas serían derrocados y el Estado colapsaría en una democracia.
¿Colapsaría?
Para nosotros, tan acostumbrados a escuchar alabanzas a la democracia, suena rara la idea de que en ese recuento de gobiernos que se hunden de formas superiores a inferiores, ocupe el tercer lugar, después de la aristocracia y la oligarquía.
No sólo eso: en la «República», el Sócrates imaginado por Platón señala que esa democracia, una «forma agradable de anarquía«, a su turno, como cualquier otro régimen, se derrumba por sus propias contradicciones.
Al igual que de la aristocracia nacería la oligarquía y de ésta, la democracia, ese «gobierno del pueblo» a su vez daría luz a la tiranía.
Esto porque, así como la búsqueda ciega de la riqueza ocasiona una sed de igualdad, «el deseo insaciable de libertad ocasiona una demanda de tiranía«.
Exceso de libertad
Aquí va otro concepto difícil de concebir.
Básicamente, la idea es que una vez que la gente tiene libertad, quiere aún más.
Si la libertad a cualquier precio es el único objetivo, se produce un exceso de libertad que genera un exceso de facciones y una multiplicidad de perspectivas, la mayoría de las cuales están cegadas por intereses estrechos.
Quien desee ser líder debe entonces halagar a esas facciones, complacer sus pasiones, y ese es un terreno fértil para el tirano, que manipula a las masas para «dominar la democracia«, según Platón.
Es más, esa libertad ilimitada degenera en histeria colectiva. Es entonces cuando la fe en la autoridad se atrofia, la gente se inquieta y cede a un demagogo estafador que cultiva sus miedos y se posiciona como protector.
No obstante…
Los antiguos atenienses tenían una democracia directa, así que el electorado votaba casi todo. Básicamente, referendos interminables.
«Hoy en día hay muchas instituciones a la mano que no existían en la época de Platón: la democracia representativa, la Corte Suprema, leyes de Derechos Humanos, educación universal…», señala la filósofa Lindsey Porter.
«Sirven de salvaguardas para controlar el gobierno de una multitud desconsiderada», añade.
Sin embargo, en los últimos años, la emergencia de líderes del estilo de Donald Trump han hecho resonar las advertencias de «La república» entre varios analistas.
Con Platón como su estrella polar, resalta que este tipo de personajes «suele ser de la élite pero está en sintonía con la época. (…) Se apodera de una turba particularmente obediente y tildando de corruptos a sus pares ricos.(…)
Pero hay algo más
Para la filósofa Porter hay algo más que destacar.
Aunque la idea de ser gobernados por aristócratas nos haga ruido, de fondo lo que estaba deseando era un liderazgo de personas desinteresadas en los placeres vagos, pues así serían incorruptibles y, gracias a su educación, tomarían decisiones sabias destinadas a la virtud.
Líderes que se preguntarían constantemente: «¿Cuál sería el curso de acción más justo y prudente?».
«Esa es la clave para Platón: tomar decisiones justas, prudentes y sabias. Que gobernara la virtud, no la pasión«.
Fuente: www.bbc.com
Hace unos 20 años, estaba yo dando clase de ciencias naturales a mis alumnos de 8º de EGB cuando al aula entró el director del colegio. Mientras los alumnos estaban realizando sus tareas, el director me comentó que aquella era su asignatura favorita. Yo le dije que a mí me gustaba mucho el tema que estábamos dando, que era el de los minerales, gracias a un maestro que tuve que me enseñó a valorar el prodigio que había detrás de su formación. Entonces, el hombre me dijo que al lado del colegio había un campo donde había minerales, sobre todo calcita y aragonito. Me preguntó si me gustaría ir, y le dije que por supuesto, pensando que organizaríamos alguna excursión. Entonces, se dirigió a los alumnos y les dijo “poneos en fila que nos vamos a recoger minerales”. Todavía impactado, salimos del colegio, recorrimos unos diez minutos caminando y llegamos a un campo donde los alumnos comenzaron a buscar minerales mientras entre el director y yo les íbamos diciendo si eran minerales o no y los nombres de lo que habían encontrado. La excursión fue tan amena que los alumnos llegaron a la siguiente sesión de inglés media hora tarde. Durante todo el trayecto de ida y de vuelta, el director y yo fuimos a la cabeza de la comitiva charlando animadamente de nuestras experiencias como maestros sin mirar ni un momento hacia atrás.
Hoy en día, eso sería imposible. Primero, tendríamos que tener una autorización de salida, ya que -de lo contrario- no podríamos salir del colegio así alegremente a aprender por el mundo adelante. También deberíamos informar de que los alumnos se tendrían que agachar para recoger minerales y de que se iban a ensuciar las manos, ya que siempre podría acudir al colegio algún padre iluminado a denunciar que no le parecía bien que su hijo hiciese esfuerzos inútiles y, mucho menos, que se le obligase a ensuciarse las manos para buscar minerales que se podían comprar fácilmente por fascículos. Del mismo modo, algún padre podría acudir alegando que su hijo no iba a ser arqueólogo ni mierdas de esas, por lo que no vería bien esa excursión. Además, tendríamos que recoger la excursión en la Programación Didáctica, con sus objetivos y su evaluación, porque de lo contrario, ante la denuncia de un padre, inspección educativa comprobaría que, efectivamente, esa actividad no estaba recogida en la PGA y, ante cualquier incidencia, el docente podría pagar las consecuencias por el grave acto de sacar a los niños al mundo a aprender. Del mismo modo, esta actividad podría implicar que no trabajamos los minerales en el libro de texto, por lo que cualquier padre podría suponer que el maestro no trabaja bien en su clase por no seguir el libro. Asimismo, al maestro de inglés tampoco le gustaría que sus alumnos llegasen tarde a su sesión, porque eso le retrasaría su programación, obligándole a realizar ajustes para que la santísima Programación Didáctica no se viese alterada. Obviamente, el director y yo tampoco podríamos ir hablando animadamente de nuestras experiencias sin mirar hacia atrás, ya cuando llegásemos al colegio, tendríamos a la mitad de los alumnos detrás y a la otra mitad perdidos. Esto, por supuesto, supondría una grave sanción para el docente, ya que en nuestro país la culpa de que alguien no cumpla una norma no es de quien la incumple sino de quien no vigila.
Por desgracia, hoy en día ya no se enseña. Se intenta, pero no se enseña. La enseñanza está enferma. Y está enferma porque no tiene maestros que enseñen, sino burócratas que rellenan papeles. La administración ha reconvertido a los maestros intelectuales en meros muñecos mecánicos ejecutores de una normativa absurda creada por personas que no saben de educación. Los centros no cuentan con la más mínima autonomía curricular ni económica y los docentes son esclavos de los documentos del centro ante la vigilante mirada de la administración. Por si esto fuese poco, los padres han terminado por destrozar la autoridad de los docentes; una autoridad absolutamente imprescindible para poder educar. Las mesas de los directores y de los inspectores se han llenado de constantes quejas y denuncias. Que si el profesor le tiene manía a su hijo; que si no le parece bien un 9,5, que cree que su hijo merece un 10 (en 1º de Primaria); que los 8 partes de indisciplina que se le han abierto a su hijo son porque los profesores no lo entienden; que si su hijo dice tacos es porque los aprende en el colegio; que si su hijo no quiere dar música porque no va a ser Mozart; que si su hijo no iba a inglés porque aquí se habla español (en 2º de Primaria); que qué daño hace su hijo con fumarse un porro, que todos los jóvenes lo hacen; que la culpa de que su hijo perdiese un diente en una pelea en mitad del patio era culpa del maestro que no vigilaba; que quiere los exámenes fotocopiados porque no se fía del maestro; que es normal que un niño vaya tocándole las tetas a las niñas; que su hijo no va a hacer los deberes porque a él no le da la gana (o, literalmente, porque no le sale de sus santos cojones); que si su hijo se aburre en clase porque es de altas capacidades (ya se sabe que alumnos de altas capacidades hay pocos, pero padres de alumnos con altas capacidades, a millares); que su hijo no termina las actividades en casa porque no lo apunta en la agenda y eso es culpa del maestro que no lo comprueba (en una clase de 25 alumnos de 6º de Primaria); que si los niños pasan frío en la fila a la entrada del colegio; que si pasan mucho calor en el patio en verano; que si se mojan los pies cuando llueve; que si patatín; que si patatán. Todo esto y mucho más lo he presenciado en los últimos años.
Todo ello ha generado un colectivo docente sin autoridad, con miedo a salirse del libro de texto y de la programación, con miedo a realizar actividades más allá de lo normal por temor a las quejas de los padres o al mal comportamiento de los alumnos que posteriormente será justificado por los padres, con miedo a la administración cuyo rostro visible casi siempre es sancionador; docentes muchas veces desmotivados, con ganas de que el día pase sin grandes incidencias, sabiendo que en muchos casos la sociedad solo ve en la escuela una guardería donde aparcar a los niños mientras los padres trabajan, sin que a esa sociedad ni a la administración le interese realmente la educación, algo que se demuestra en la dejadez del ministerio, de las consejerías y de los ayuntamientos, que recortan el presupuesto en educación de manera continuada. Y, sin embargo, a pesar de que los maestros tienen en contra a una sociedad que no los valora (o que los llama vagos directamente), a unos padres cuyas absurdas reclamaciones minan su motivación, a una administración que solo se preocupa de que rellenen papeles y a la propia ley, que entorpece su tarea de aula, los docentes españoles consiguen que sus alumnos estén en la media de la OCDE en los informes PISA. Imaginaos lo que harían si se les dejase en paz.
Fuente: https://iddocente.com
Si en estos momentos viniese un extraterrestre a España, o sencillamente un extranjero que nada conociese de nuestra política, y viese las reacciones en medios, redes, mentideros políticos y ciudadanos ante la muerte de Julio Anguita pensaría en su liderazgo en alguna organización política de millones de seguidores.
Este nuevo observador no podría imaginar que, cuando era el líder de una organización política, apenas le votaron ni el 10% de los ciudadanos, la tercera parte de la gente que votaba a Aznar y luego a Rajoy, que ese al que ahora aplauden su coherencia en los periódicos era machacado y destrozado cada día por los medios cuando era coordinador de Izquierda Unida, calificado de iluminado por sus adversarios políticos y, no olvidemos, traicionado cada dos meses por compañeros de su propia organización.
Cualquiera que ahora tenga menos de treinta años no entenderá cómo ese político tan admirado y coherente, y con un discurso tan incontestable, tenía una influencia irrelevante en el sistema por el cuál se decide qué políticos nos gobiernan.
La unánime reacción de aplauso y reconocimiento de la clase política, mediática y la ciudadanía ante la muerte de Julio Anguita será la última lección que nos habrá dado el líder comunista: que existe algo miserable en este sistema político, o quizás en la naturaleza humana, que logra neutralizar al hombre que con su pensamiento nos muestra la verdad, la dignidad y la necesidad de levantarnos y que en vida de poco o nada le sirve en las urnas. Hay que reconocerlo y decirlo, la decencia de Anguita genera muchas loas y brillantes obituarios, pero en este país por cada uno que le hubiera votado, cien lo habrían hecho a un prevaricador, un estafador, un ladrón o un criminal. Es lo que ha estado sucediendo desde hace cuarenta años. La sociedad española, esa que ahora le aplaude como si todos ahora fuesen seguidores de sus principios, lleva muchos años matando a Anguita con nuestra hipocresía, nuestra insolidaridad, nuestro nihilismo, nuestra frivolidad y nuestro conformismo. Ojalá nos despertara tanta sensación de vergüenza propia como admiración.
Fuente: www.eldiario.es
Ampliación:
He vivido con alegría las oleadas de aplausos en los balcones al personal sanitario que más tarde se ha extendido a las cajeras de supermercados, transportistas, auxiliares de ayuda a domicilio y limpiadoras. A pesar de que me parece que ese aplauso nos engrandece como sociedad, porque nos abraza y es la victoria del nosotros frente al yo en tiempos de individualismo neoliberal. Nos querían solos y nos tienen aplaudiendo a nuestros servicios públicos en los balcones. Poético es, qué duda cabe.
Me parece una trampa en la que caemos recurrentemente que, cada vez que un colectivo es víctima de injusticia, la sociedad lo convierte en héroe. Es el truco neoliberal, la ideología que ha arruinado y privatizado nuestros sistemas públicos de salud, para ocultar la desigualdad y llenarnos los ojos de lágrimas con las que no nos dejan razonar.
Detrás de esta mística emocional del capitalismo, que es capaz de convertir en emoción que unos abuelos se tiren tres noches haciendo cola en la puerta de un colegio público para matricular a su nieto, en lugar de denunciar la falta de plazas ofertadas o el privilegio de la educación privada frente a la pública por parte de los gobiernos sujetos al dogma neoliberal.
Impensable sería hace 30 años que estuviéramos hablando de que una médica o un enfermero fueran trabajadores precarios, el eufemismo con el que en la posmodernidad nos hemos dado para llamar a los nuevos pobres generados por esta fase salvaje del capitalismo.
Entre aplauso y aplauso a los sanitarios, cajeras o limpiadoras, poco o nada se ha publicado de sus condiciones de vida, de los contratos de días que van emparedando o de los sueldos de mierda que cobran todos los trabajadores que, de precarios que son, no tienen derecho ni a hacer cuarentena porque son la base fundamental sobre la que se sostiene nuestra vida, aunque el sistema se lo paga con relegarlos a la cola de importancia social.
No he visto ni un solo cartel en redes sociales que pida la subida del sueldo de las enfermeras, médicos, limpiadoras o cajeras de supermercados; no he visto un solo cartel, ni una sola noticia, que explique cómo tiene la espalda y las manos una cajera de supermercado con 45 años después de toda una vida de movimientos repetitivos; nada se ha dicho de que muchas de las auxiliares de ayuda a domicilio, a las que les pagan 4 y 5 euros la hora por cuidar ancianos y personas dependientes, tienen salarios por debajo de los 600 euros al mes, contratos de 25 horas semanales y con jornadas partidas de mañana y tarde.
Espero veros en las calles a todos los que aplaudís ahora, a todos los que pintáis arco iris en las ventanas y gritáis viva España. Espero veros a todos lo que hacéis de policía desde vuestro balcón cuando pasa alguien por la calle. Espero que la exaltación con la que salís a corear a los que se están dejando la vida por nosotros, se convierta en concienciación que nos haga movilizarnos de una vez por nuestros derechos y los de todos.
Porque sois muchos ahora los que hacéis ruido desde vuestro balcón, muchos más de los que he visto nunca en cualquier manifestación para que no arrasaran con nuestros derechos y muchos más de los que jamás han secundado una huelga general en nuestro país para reivindicar no solo pan, sino también dignidad. ¿Dónde estabais entonces cuando tanto os necesitamos? ¿Pasaréis de la arenga y el fervor a la acción y la lucha? Porque está bien animarse, lo hacen todos los jugadores de cualquier deporte o los militares, antes de pasar a la acción. Pero saben que luego viene la acción, que el grito, la palmada al compañero y el enaltecimiento por sí solos no sirven para nada.
Cuando todo esto acabe habrá fiesta, jolgorio y alegría, pero también nos quedará por delante mucha lucha. Lucha por reconquistar los derechos que nos quitaron y por hacer, entre todos, una sociedad mucho más justa en la que el centro seamos las personas, no los beneficios de las empresas para las que somos tan solo un número en su balance de cuentas. Espero veros en las calles entonces, porque con los aplausos no basta.
Fuentes:
El coronavirus está mostrando lo trágicamente superfluas que eran las milongas con que nos tenían entretenidos los principales tahúres de la política. Todos los que usaban esos espantajos para ganar votos fomentando el odio no tendrá que pelear por un respirador en un hospital público atestado, ni llorarán de miedo ante la pérdida de su empleo y la imposibilidad de llegar a fin de mes. Pero muchos de quienes les votamos, sí.
Fuente: www.meneame.net
Imaginen que el contagio del coronavirus se extiende por Europa de manera incontrolada mientras que en el continente africano, por las condiciones climáticas, no tiene incidencia. Aterradas, las familias europeas escaparían de la enfermedad de manera histérica, camino de la frontera africana. Tratarían de cruzar el mar por el Estrecho, se lanzarían en embarcaciones precarias desde las islas griegas y la costa turca. Perseguidos por la sombra de una nueva peste mortal tratarían de ponerse a salvo, urgidos por la necesidad.
Pero al llegar a la costa africana, las mismas vallas que ellos levantaron, los mismos controles violentos y las fronteras más inexpugnables invertirían el poder de freno. Las fuerzas del orden norteafricanas dispararían contra los occidentales sin piedad, les gritarían: vete a tu casa, déjanos en paz, no queremos tu enfermedad, tu miseria, tu necesidad. Si los guionistas quisieran extremar la crueldad, permitirían que algunos europeos, guiados por las mafias extorsionadoras, alcanzaran destinos africanos, y allí los encerrarían en cuarentenas inhóspitas, donde serían despojados de sus pertenencias, de sus afectos, de su dignidad.
Fuentes:
El egoísmo racional es la tesis de que la búsqueda del propio interés es siempre racional. La asunción del egoísmo racional da lugar a la paradoja de la votación: dada la baja probabilidad de ser decisivo, en relación con el beneficio personal de un cambio en el resultado, la votación en las elecciones no es racional a menos que el número de electores sea muy pequeño. La ética objetivista considera que el altruismo es un vicio, ya que condena a todos los hombres a satisfacer las necesidades de los demás, nunca las propias.
El egoísmo moral, o egoísmo ético, es una doctrina ético filosófica que afirma que las personas deben tener la normativa ética de obrar para su propio interés, y que tal es la única forma moral de obrar, sin embargo permite de manera opcional realizar acciones que ayuden a otros, pero con la finalidad que el ayudar nos dé un beneficio propio tomándolo como un medio para lograr algo provechoso para uno mismo. El altruismo provoca que se abandonen sueños, proyectos, etc. sacrificando la vida propia para salvar a otras personas.
El egoísmo psicológico es la teoría de la naturaleza humana que afirma que la conducta está impulsada por motivaciones autointeresadas, y niega la existencia de conductas verdaderamente altruistas. El egoísmo psicológico pretende ser una teoría acerca del cómo los individuos se comportan, consecuentemente debe diferenciarse del egoísmo ético, de acuerdo con el cual los individuos deben moralmente estar motivados por su propio interés y del egoísmo racional, que sugiere que lo racional es maximizar los intereses del actor en todas circunstancias.
La polémica está servida. O todos moros, o todos cristianos, ¿quién puede decidirlo? Solo el tribunal de Estrasburgo.
La izquierda se echa las manos a la cabeza:
-¿Pin parental? ¿Pero que se han creído estos fachas? ¡Los niños no son de los padres!
La derecha casposa y populista:
-Pin parental o a nuestros niños les van a enseñar a masturbarse en grupo y se nos volverán gays, lesbianas o trans.¡La raza española peligra!
-Los islamistas:
– Estos cristianos están pallá, eso les pasa porque los hijos de los infieles no nacen como los nuestros. Con el pin parental de serie.
Sí, nosotras nacemos ya con el pin parental de serie, como el airbag de cualquier coche familiar. Nuestro pin parental de serie no solo nos exime de actividades extraescolares. El nuestro es un pin de alta gama, también nos exime de las clases obligatorias y nos blinda contra todo tipo de sensaciones. Y no hay forma de quitárnoslo a no ser que algún profesor vocacional, concienciado y amante de los derechos humanos, decida que ya está bien y lo denuncie.
Las causas de las denuncias pueden ser variadas, podemos elegir:
Padre: -¡Mi hija no puede asistir a clase de gimnasia, nuestra religión lo prohíbe! No puede exhibir su cuerpo delante de alumnos varones.
Ya sabemos como son los cuerpos, capaces de moverse, contonearse , doblarse, estirarse…y claro, como van a permitir esos padres que su hija vaya provocando a sus compis de tan lasciva manera?
La alumna no puede asistir a clases de natación,
Padre: -¡Mi hija en bañador delante de los chicos, ni hablar! Nuestra religión lo prohíbe.
-Pero señor, (se justificará la dirección del colegio)- Su hija puede ir la clase en burkini.
-¡Ni hablar! Las clases son mixtas, cualquier chico puede ver definido el cuerpo de mi hija en un descuido.
Niñas y niños no pueden asistir a clase de música.
Padre: -Nosotros consideramos que la música es haram (pecado). ¡La música es la flauta de Satán! El sonido de la flauta incita al pecado.
Profesora: -Pues tienen que tocar, es una asignatura obligatoria.
Las niñas y niñas acaban yendo a clase de música pero negándose a tocar cualquier instrumento.
Los padres de niñas y niños musulmanes pueden negarse a que sus hijos no asistan tampoco a clase de orientación sexual, y lo hacen. Para eso no les hace falta ni protestar, la niña o el niño se ponen “enfermos” ese día y se evita el conflicto. ¡Todos contentos!
Si esas niñas y niños tienen suerte, y como he dicho antes, se encuentran con una profesora o profesor amante de los derechos humanos, esta lo denunciará.
Esa denuncia seguirá su curso, un camino arduo. Pasará de la profesora a la dirección del colegio, de allí al Ministerio de Educación, de allí a los tribunales, donde normalmente se le dará la razón a los padres en primera instancia (sí, los hijos son de los padres). Si no se les da la razón a esos padres, la comunidad islámica se encargará de proveer a los mismos de recursos económicos suficientes para que esa sentencia llegue hasta el máximo tribunal, el de Estrasburgo.
Y menos mal que ese tribunal tiene muy en cuenta que los derechos humanos están por encima de cualquier creencia o religión, así en la mayoría de los casos se fallará a favor de la libertad del menor.
Mientras, esas niñas se habrán perdido las clases de natación, las de gimnasia, las de música, las de orientación sexual… nimiedades, cosas que no sirven para nada porque total, todos sabemos que los musulmanes están acostumbrados, es “su cultura” y hay que respetarla. Esas niñas se pondrán el velo por libre elección y se casarán a temprana edad con un buen musulmán. ¿Para qué les va a servir la gimnasia o saber nadar? En cuanto a la música… total, es una “maría”, tampoco es que cuente mucho, ¿o alguien conoce a algún director de orquesta musulmán? (Los hay, por supuesto.)
Yo personalmente agradeceré siempre a mis maestros su valentía. En plena dictadura nos reunían a escondidas en clase para debatir sobre el aborto, las relaciones sexuales, ecología, salud o política. Y mi generación salió tan bien que no nos merecemos estar debatiendo a estas alturas sobre ningún pin neandertal.
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