Ser y tener, o tener y ser…
Una usuaria con rastas y piercings y pendientes dilatados me habla de su reciente viaje a la India. De la miseria. De la nada absoluta.
Me habla de esos niños que, por no tener, no tienen ni maldad; de sus ojos descalzos y sus pies desnudos (o viceversa, no recuerdo). De sus miradas penetrantes y, en definitiva, de una felicidad desconocida para cualquier mentalidad occidental (o accidental, no recuerdo).
«Allí no conocen la envidia porque nadie tiene nada»
«Las miradas de aquellos niños radiaban una felicidad que jamás he visto en ningún niño de aquí»
Esto último lo dice mientras permanecemos a la espera cromática de un semáforo cualquiera de Occidente. A nuestra derecha, un prepúber de atrezzo berrea lágrimas de Lacoste mientras le señala a su madre el avión ultrasónico de un escaparate.
Y sus palabras enfrentadas a los ojos borrosos de aquel niño de la tienda de juguetes me llevan a pensar en lo que tengo y en lo que soy:
¿Soy lo que tengo?
¿Tengo lo que soy?
¿Si no tuviera lo que tengo, dejaría de ser lo que soy?
¿Busco, acaso, la esencia de mi felicidad entre los pasillos estanteriles del IKEA?
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