Emigrante…

Han cerrado la pequeña tienda de fotocopias que había cerca de mi casa. Era un lugar curioso, que frecuenté bastante en mis primeros meses uruguayos, cuando para regularizar nuestra situación y convalidar el título precisábamos de toneladas de documentos. El propietario era un tipo bastante peculiar, ni joven ni viejo, callado y con una cierta querencia por todo lo británico. Así, la tienda estaba decorada con banderas de Inglaterra, fotografías del Big Ben y anuncios en inglés: todo bastante bizarro.

Un día, tras hacerme cinco copias del pasaporte, me dijo «ah, sos español» y, cuando me preparaba para la pregunta inevitable («¿Por qué Uruguay?«), me dijo que su abuelo también lo era así que, hasta cierto punto, éramos compatriotas. Como en este país lo extraordinario es conocer a alguien que no tenga antepasados que emigrasen desde España -o Galicia, para ser más exactos- no le dí mayor importancia. Mientras guardaba las hojas en una carpeta, le pregunte si sabía de dónde había venido su abuelo. «Del puerto de Ferrol, allá por el año 1936«. Sería bastante joven, entonces, le respondí. Si él tenía más o menos unos cuarenta años, su abuelo tendría que haber sido prácticamente un niño. «Si, si, el abuelo vino para acá con 13 o 14 años. Y vino solo, después de que mataran a su hermano y a su padre«.

Me quedé helado. Uruguay había vivido nuestra guerra civil de manera intensa, ya que la enorme colonia española se volcó, en general, con la República. Hubo centenares de comités de apoyo, se hicieron manifestaciones e incluso llegó a montarse una liga de fútbol con equipos llamados «Miaja C.F» o «Azaña». Un pequeño grupo de uruguayos fueron a España para combatir con el ejército republicano y cuando el ejército franquista ganó la guerra, la dictadura renunció a controlar las decenas de casas regionales españolas en Uruguay (en su mayoría abiertamente prodemocráticas) y procedió a fundar otras tantas ideológicamente afines. Por eso, hoy en día, existen dos centros asturianos -por poner un ejemplo- y, aunque el paso del tiempo y la avanzada edad de sus integrantes han hecho mucho por adormecer las tensiones, todavía sigue habiendo resquemores y heridas mal cerradas.

Sin embargo, a pesar del impacto de la guerra civil, no hubo un flujo considerable de refugiados españoles en Uruguay. La guerra coincidió con la dictadura de Gabriel Terra, cuyo gobierno reconoció el régimen franquista desde el minuto uno (a pesar de que este no tuvo empacho en fusilar al cónsul uruguayo en Palma de Mallorca) y, tras el colapso del Ejército Popular republicano, la inmensa mayoría de quienes pudieron escapar de la feroz represión aplicada por los vencedores eligieron México. Un día, por cierto, habría que hacerle un monumento en cada plaza al general Lázaro Cárdenas y al pueblo mexicano en general, que no tuvieron el menor problema en acoger a decenas de miles de personas y darles todas las facilidades posibles para que rehicieran sus vidas al otro lado del mar, pero esa es otra historia.

Así que la peripecia del abuelo del señor de la tienda de fotocopias era interesante. Dejé las cosas sobre el mostrador y le pedí que me contase con detalle la historia. «No sé mucho más«, se disculpó. «Déjeme preguntar a mis tíos y la semana que viene te cuento«. Le dí las gracias y, como suele ocurrir, me olvide totalmente del asunto. Pasó un mes y, cuando volví a entrar en la tienda, el señor de las fotocopias me recibió con una sonrisa. «Tengo la historia«, me dijo. «Si tenés cinco minutos, te la cuento«. Me costó un poco darme cuenta de a qué se refería, pero entonces añadió algo que captó inmediatamente mi atención: «A mi abuelo le salvaron la vida unos marineros anarquistas ingleses«. Me apoyé contra el mostrador y él empezó a contar una historia alucinante que transcribo aquí tal y como él me la relató:

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«No sé mucho de mi familia. Mi abuelo vino sin nada y pasó mucho tiempo sin que hablase de su historia. Lo que he hecho ha sido como armar un rompecabezas: su papá y su hermano mayor trabajaban en el puerto o en los astilleros, probablemente como estibadores o algo parecido. Su madre, mi bisabuela, debió morir al poco de nacer mi abuelo. Eran militantes del sindicato anarquista (la CNT) y, al menos mi bisabuelo, era bastante activo políticamente, en una época de bastante tensión, con muchas huelgas y enfrentamientos con la policía. Cuando estalló la sublevación la represión fue muy grande. Ferrol tenía una masa de trabajadores portuarios, entre ellos mi bisabuelo y su hijo mayor y el ejército fusiló a mucha gente. A mi abuelo lo detuvieron en su casa. Tenía 13 o 14 años y se lo llevaron junto a su hermano mayor, que tendría 17 0 18. Su padre, mi bisabuelo, había desaparecido el día anterior: parece que fue el mismo día de la sublevación, fue al puerto a organizar la huelga revolucionaria que, durante tres o cuatro días, tuvo a los militares en jaque  y no lo volvieron a ver. 

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Hambre…

El Sitio de Leningrado fue una acción militar de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial encabezada por Wilhelm Ritter von Leeb, que buscó inicialmente apoderarse de la ciudad de Leningrado (la actual San Petersburgo). Los soviéticos construyeron una intrincada defensa alrededor de la ciudad, camuflaron edificaciones históricas con redes que impedían determinar su perfil y llegaron a colocar explosivos por todo el subsuelo para volar la ciudad si era tomada, incluyendo tanto a enemigos como a la población civil que quedaba en la ciudad.

Ante la perspectiva de tener que mantener a una población enemiga de más de 3.000.000 de habitantes, Adolf Hitler instó a que se asediara y se dejara morir a la población por el hambre y el frío. El sitio duró casi 900 días, desde 1941 hasta 1944. La población local sitiada fue sometida a una intensa lucha por la supervivencia.

Cientos de miles de familias murieron de frío y hambre en sus hogares. La falta de los alimentos llevó la población a alimentarse de palomas, gatos y ratas; también hubo actos de antropofagia y compraventa de cadáveres. La ciudad estuvo a punto de perecer de no ser por un corredor que se estableció a través del helado lago Ládoga, conocido como «Camino de la vida» por donde llegaba una mínima ayuda a los sitiados. Los muertos hasta ser liberada la ciudad superaron la cifra extraoficial de 1.200.000.

Las declaraciones de uno de los testigos del asedio resultan elocuentes:

“En la ciudad, ningún árbol tenía corteza por debajo de la altura que podía alcanzar el hombre de mayor estatura. La habían arrancado para hervirla y aprovechar los nutrientes que pudieran contener, y también hacían con ella un ungüento para aliviar el dolor de estómago. Toda clase de animales —perros y gatos, gorriones y cuervos, ratas y ratones— sirvieron de alimento, y más tarde incluso se consumieron sus excrementos. Se hacía caldo con los bulbos de los tulipanes robados de los terrenos del instituto de Botánica, con agujas de pino, ortigas, coles podridas, piedras cubiertas de liquen, botones de cuerno arrancados de abrigos que antaño habían sido elegantes. A los niños se les daba de comer brillantina para el pelo, vaselina, cola de pegar. De las fábricas cerradas se sustraían las correas de piel de cerdo y la cola de pescado, que luego se hervían para obtener gelatina…”

Fuentes:

Borrón y cuenta nueva digital…

Dinero digitalEl primer caos con tintes apocalípticos ha llegado en forma de desaparición de todos los datos bancarios tras la gran tormenta solar sufrida por la tierra en la última semana. Tras inutilizar todos los satélites, los GPS y paralizar la red eléctrica del mundo, causando la destrucción de repetidores y líneas de alta tensión en medio planeta, el primer resultado es que los grandes servidores que contenían los datos bancarios de millones de clientes han sido borrados, así como los discos duros de todos aquellos aparatos que en el momento de su llegada a la tierra estaban conectados con la red eléctrica.

Aunque muchas instituciones bancarias afirman que tienen copias de seguridad de todas sus cuentas y clientes, lo cierto es que ninguna operación bancaria se ha podido realizar en las últimas dos semanas, e incluso algunos bancos ya han confirmado que inexplicablemente han fallado aquellas bases de datos que contenían las copias de seguridad de todos sus activos, haberes, cuentas y depósitos, por lo que retomar sus actividades y poder utilizar los datos en papel, les llevará meses y supondrá una ínfima porción de la información perdida.

El desastre ha paralizado la economía mundial ya que las tarjetas bancarias no se han podido utilizar y las revueltas por todo el planeta se suceden con saqueos a centros comerciales y establecimientos de todo tipo, ya que la falta de efectivo ha extendido el miedo en la mayoría de la población y el abastecimiento de los productos básicos se ha paralizado, haciendo que la mayoría de gobiernos del mundo hayan tenido que decretar el toque de queda y desplegado el ejército para contener los saqueos.

Internet que también sufrió el golpe de la tormenta solar y que durante la primera semana dejó de funcionar al igual que la comunicación por móvil, ha sido uno de los primeros servicios restablecidos parcialmente, pero los datos de perfiles y redes sociales en su gran mayoría han sido borrados, convirtiendo algunos foros en los únicos lugares donde los rumores y las noticias sin confirmar fluyen como la pólvora, aumentando la inseguridad y las hipótesis sobre lo que realmente ocurre en medio mundo, propiciando una histeria colectiva que según algunas fuentes no contrastadas ha hecho que el caos y la violencia para conseguir comida y productos básicos, cause miles de muertos en las grandes ciudades de medio mundo, especialmente en Norteamérica y Europa.

Aunque la televisión no para de transmitir mensajes institucionales que apelan al sentido común y a la tranquilidad, la falta de noticias y los anuncios de que todo se solucionará en pocas horas, ya no convence a nadie tras las dos semanas transcurridas. Incluso circulan algunas hipótesis de que al igual que los datos bancarios, los gobiernos han perdido la mayor parte de su información sobre ciudadanos, administración y gobierno y cuya recuperación, a día de hoy se antoja incierta.

Si la situación no presenta un cambio radical en la información perdida, la reconstrucción del mundo tal y como lo conocíamos puede tardar décadas, ya que el dinero se habrá volatilizado y será imposible confirmar la cuantía que cada ciudadano poseía, lo que obligará a inventar un nuevo sistema económico y social. El capitalismo ha muerto, afirman algunos economistas, de la forma más inesperada. Lo que augura una revolución forzosa y un cambio económico que puede dar lugar a un mundo sin tantas diferencias entre ricos y pobres, pero que también puede llevarnos a una crisis interminable. Los próximos meses serán claves, aunque las perspectivas no son muy tranquilizadoras.

Fuente: www.elpaisimaginario.com

Terremoto de Nepal en 1ª persona…

NepalEl terremoto del 25 de abril en Nepal dejó más de 8.000 muertos. Fue una de las peores catástrofes naturales de los últimos años. El español Pol Ferrús hacía una travesía a pie por las montañas del norte del país, cerca del Tíbet. Salvó varias veces la vida de milagro.

Pol Ferrús (Barcelona, 1986) no olvidará su último viaje a Nepal. El terremoto de 7,9 grados del 25 de abril le sorprendió en Sherpa Gaon, un pueblo de montaña en la cordillera del Himalaya. Estuvo una semana aislado. Horas antes de la catástrofe, se había separado de Sara, su pareja, que se quedó entre Rimche y Bamboo, dos de los enclaves más afectados. Durante una agónica semana, Pol dedicó más esfuerzos a buscarla que a salvar su vida. A continuación transcribo su historia en primera persona.

La huida de los monos

Yo iba con Gabriel, un francés que hacía su primer trekking. Era un chaval alto y fuerte pero bastante desubicado. Su calzado de montaña eran unas Nike agujereadas. Habíamos pasado por el pueblo de Kyanjin Gompa y nos acercábamos a otro llamado Sherpa Gaon. El camino, a 2.600 metros, estaba lleno de flores de rododendro, típicas de Nepal.

El paseo era tan agradable que, cuando vimos una casita de montaña en mitad del camino, con una mesita y un par de sillas fuera, decidimos tomar un té y admirar el Himalaya. La parada no estaba prevista; habíamos descansado un cuarto de hora antes. Si no nos hubiésemos detenido, probablemente habríamos muerto. La casualidad, el destino, el karma o vete a saber qué, nos llevaron a sentarnos en aquellas rudimentarias banquetas.

Me di cuenta de que algo iba mal cuando noté las reacciones de los animales. No sabría cómo describirlo. Los pájaros se dejaban caer en picado, los langures -monos típicos del Himalaya- aparecían por todos lados. Un langur nos había acompañado en calma hasta el mirador. Ahora huía enloquecido junto a cientos de animales remontando la montaña. Parecía irreal. Gabriel, mi compañero francés, arrimó bruscamente su banqueta hacia mí. Le miré con cara de pedirle que dejase de vacilarme. Su expresión de “yo no he hecho nada” y de pánico absoluto es lo último que recuerdo antes de la primera sacudida.

Empezaron a temblar las tazas y los taburetes en un preámbulo muy breve del gran crujido: un estruendo ensordecedor, una nube de polvo asfixiante y piedras del tamaño de edificios precipitándose por todos lados, como puertas deslizándose. Estábamos a dos mil metros de altitud y las veíamos caer desde los cuatro mil, ladera abajo, rodando como canicas. El suelo que pisábamos se doblaba como el barro; parecía blando, se formaban ondas. Todo vibraba y saltaba por los aires. Las casas de piedra maciza empezaron a derrumbarse como si fuesen de cartón.

Pensé que iba a morir, así que lo primero que hicimos Gabriel y yo fue refugiarnos en una explanada donde no caían piedras. Desde allí oíamos llorar a un bebé. Era el hijo de la familia que nos había servido el té. Mi idea era ayudarles. Pero es imposible moverse cuando tienes la tierra centrifugando bajo tu cuerpo. Aquello no paraba. En realidad, la sacudida no duró ni un minuto, pero para mí fueron horas.

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¡¡¡Ya tengo el carné!!!

cocheMe acabo de sacar el carné de conducir. Tengo 18 años. Normalmente hago deporte. Buena salud. Juventud. Buenos reflejos. Y recibo mi primer coche.

Comprado con sacrificio de mis padres, para que su hijo aprenda a conducir. Comprado con el fruto de mi trabajo. Comprado con el fruto de mis ahorros. ¡Qué más da! Lo único que importa, es que tengo coche.

He visto tres o cuatro páginas de internet, donde hablan de coches. Modelos, cómo conducir, circuitos… y me han gustado mucho.

Se suben amigos míos. Quiero demostrar todo lo que soy capaz de hacer al volante, y la gran injusticia que es, que un tal Fernando Alonso esté compitiendo en una Fórmula 1, y nadie se haya fijado en mí, que seguro lo puedo hacer infinitamente mejor.

Arranco picando rueda. Que mejor forma de demostrar todo lo que sé, que con mucha velocidad. Además.. ¡ya tengo el carné! Poseerlo me da derecho a correr.

Giro el volante bruscamente. Puedo conducir de mil y una formas distintas, y domino todas ellas. ¡Lo he leído en el Internés! Voy de lado a lado, adelanto a la gente como quiero, y todos ellos, me miran. Me admiran. Es envidia la que me tienen. No controlan como yo. Ahora es cuando la gente se da cuenta de la gran injusticia de Alonso y no yo. Por fin me doy a conocer.

¿Qué mejor forma de demostrar todo lo que se, que perdiendo el control de mi coche para luego volver a controlarlo? Mis amigos se asustarán, y luego dirán: Eh tío. Que pasote. Como flipas ¿no?. Tú si que sabes conducir. Lo tuyo no se aprende.

Freno y acelero de forma brusca, tiro de freno de mano en las curvas, como ya he leído. El coche resbala que da gusto. Mis amigos no dejan de sorprenderse, de reirse, de flipar conmigo. Pero yo tengo que ser serio. Demostrando que esto, no es nada nuevo para mí.

Entramos en la carretera. Veo un coche que sale de un camino en mi carril. ¿Pero que hace ese gilipollas? Justo cuando tengo la intención de adelantarle empieza a acelerar. Eso no es incorporarse a una vía. Eso es vacilarme. ME ESTÁ RETANDO.

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La primera vez…

primera-vezMíralos… tan jóvenes… ¿qué tendrán?: ¿15?, ¿16 años? y a estas horas… del portal de ella, a la casa de él…

Ella, con su mochila entre las piernas (donde, seguro, llevará un cepillo de dientes, el cargador del móvil y ropa limpia para mañana), satisfecha por sus dotes interpretativos hacia unos padres que, al parecer, se han tragado lo de irse a dormir a casa de Paula.

¿Y él? Parece nervioso, aunque lo sepa disimular mejor que ella. Necesita aparentar que tiene la situación controlada (lo del taxi ha sido un puntazo, ¿verdad?), aunque se trate del primer fin de semana que se queda solo en casa, el primero que dormirá abrazado a una chica, a su chica, el primero en satisfacer, sí o sí, una curiosidad tantas veces visionada en todas esas páginas de internet no autorizadas. Y ahora, seguro, estará repasando mentalmente cada detalle: su calzoncillo Calvin-Klein (el único ‘chulo’ de los que acostumbra a comprarle su madre), las velas del Todo a 0,60 colocadas como al azar en su mesilla de noche, el despertador de Pluto escondido en lo más recóndito del armario, y la caja de condones en el primer cajón, bien a mano y ya desprecintada (para no hacer el ridículo tratando de abrir el maldito plástico), esa de 6 unidades que compró ayer mismo, en el Carrefour y entre risas nerviosas, con su amigo Nacho.

También habrá previsto una y mil veces cómo iniciar lo inevitable, cómo será su primera gran incursión en el complejo mundo del sexo opuesto, la primera vez que consigue acariciar unos pechos desnudos por debajo del sostén (¿llevará relleno?), o el primer contacto dactilar bajo el ceñido pantalón de ella (¿braga o tanga?). Hasta al fin alcanzar el momento cumbre de su adolescencia, aquel que lleva tantas noches esperando y tantas otras conversaciones especulativas con sus colegas de clase.

Y mientras, pobre… Trata de ser lo más simpático posible, buscando el comentario más ingenioso, o el beso más tierno sobre el hombro de ella. Y ella también sonríe, porque al fin se ha decidido tras un interminable monólogo interior (alguna vez tendría que ser la primera, vamos, digo yo…. Porque no hay mejor chico que éste para ser recordado durante el resto de mi vida: Guapo a rabiar, cariñoso, sensible, detallista… vamos, que nos conocemos desde la infancia, que ya es hora, que mi amiga Paula ya lo ha hecho con Fran y dice que no duele, ni nada. Y que sólo sangró un poquito…)

Hasta que al fin llegamos: Con el taxímetro sudando envidia por cada uno de sus 9,35€.

– Quédese con el cambio – me dijo él con la voz temblando.

Y se marcharon cogidos de la mano. Luego él abrió el portal. Dejó que ella entrara primero.

Fuente: nilibreniocupado

Carta a un maltratador…

maltratadorPara ti, cabrón:

Porque lo eres, porque la has humillado, porque la has menospreciado, porque la has golpeado, abofeteado, escupido, insultado… porque la has maltratado.

¿Por qué la maltratas? Dices que es su culpa, ¿verdad? Que es ella la que te saca de tus casillas, siempre contradiciendo y exigiendo dinero para cosas innecesarias o que detestas: detergente, bayetas, verduras… Es entonces, en medio de una discusión cuando tú, con tu “método de disciplina” intentas educarla, para que aprenda. Encima lloriquea, si además vive de tu sueldo y tiene tanta suerte contigo, un hombre de ideas claras, respetable. ¿De qué se queja?

Te lo diré:

Se queja porque no vive, porque vive, pero muerta. Haces que se sienta fea, bruta, inferior, torpe… La acobardas, la empujas, le das patadas…, patadas que yo también sufría.

Hasta aquel último día.

Eran las once de la mañana y mamá estaba sentada en el sofá, la mirada dispersa, la cara pálida, con ojeras. No había dormido en toda la noche, como otras muchas, por miedo a que llegaras, por pánico a que aparecieses y te apeteciera follarla (hacer el amor dirías) o darle una paliza con la que solías esconder la impotencia de tu borrachera. Ella seguía guapa a pesar de todo y yo me había quedado tranquilo y confortable con mis piernecitas dobladas. Ya había hecho la casa, fregado el suelo y planchado tu ropa. De repente, suena la cerradura, su mirada se dirige hacia la puerta y apareces tú: la camisa por fuera, sin corbata y ebrio. Como tantas veces. Mamá temblaba. Yo también.

Ocurría casi cada día, pero no nos acostumbrábamos. En ocasiones ella se había preguntado: ¿y si hoy se le va la mano y me mata? La pobre creía que tenía que aguantar, en el fondo pensaba en parte era culpa suya, que tú eras bueno, le dabas un hogar y una vida y en cambio ella no conseguía hacer siempre bien lo que tú querías. Yo intentaba que ella viera como eres en realidad. Se lo explicaba porque quería huir de allí, irnos los dos…Mas, desafortunadamente, no conseguí hacerme entender.

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Realidades del día a día…

putaEl padre y la madre, jovencísimos, y un prepúber que apenas sabía articular palabra con su chupete adjunto y un osito impagable entre las manos:

A simple vista, parecía no ser más (ni menos) que una familia cualquiera de ecuatorianos, o colombianos, o bolivianos (siento no poder concretar este dato) tranquilos, felices, ensimismados, charlando de sus cuitas, sonriendo desde el asiento trasero de mi taxi (calle Bailén mediante).

Pero sonó un teléfono (el de ella). Reaguetton, para más señas. Miró su pantalla:

– Bufff… número desconocido.

– No te apures… nos vendrá bien la plata – dijo él.

Decidió descolgar. Ahora su voz parecía cambiada. Más suave:

– ¿Diga?… hola, cariño. Sí, soy yo… ¿Cómo te llamas?… bien, Hassam, mi niño… ¿conoces los precios?… 60 media hora y 100 una hora. Completo y griego, ¿ok?… dame tu dirección… – la mujer me pidió un bolígrafo y papel, tapando el auricular con la mano – bien… esto está en… ok… en 20 minutos estoy allá… chao, chao…

Colgó.

– Un morito. Era un morito, con lo pesados que se ponen… – dijo al aire.

Tuvimos que cambiar el rumbo. La mujer me indicó la nueva dirección con total naturalidad. El hombre, mientras, buscaba la atención de su hijo con total naturalidad.

Y el niño, a su vez, continuaba succionando con devoción un chupete que bien podría hacer la veces de sordina insoportable de la vida que le queda por vivir.

Fuente: nilibreniocupado

La felicidad de vivir engañados…

taxiTomamos prestado de nilibreniocupado el siguiente texto que merece la pena compartir:

Dejé a mi mujer en la cama, porque desde que está en el paro hemos perdido la costumbre de desayunar juntos, y salí corriendo a la calle. A los diez minutos de aguardar en la parada no había pasado ningún autobús, así que tomé un taxi y empecé a morderme las uñas pensando que ese mes ya había fichado tarde un par de veces. En esto oigo que por la emisora del taxi piden un coche para recoger a alguien en la calle Elfo y pienso para mí que qué casualidad: ahí vive un amigo de toda la vida: Federico.

Fuimos juntos al colegio; sacó el bachillerato adelante gracias a mí, que le pasaba todos los apuntes. Luego hicimos la mili en el mismo sitio, aunque él estaba enchufado y enseguida le dieron el pase pernocta, así que no llegó a saber lo que era la vida del cuartel. Más tarde coincidimos también en la universidad, aunque yo no pude terminar los estudios, porque a mi padre, que padecía de los nervios, le dieron la inutilidad permanente y con un sueldo de inútil no llegábamos, de manera que tuve que ponerme a trabajar enseguida. El primer empleo, precisamente, me lo facilitó el padre de Federico, que tenía un almacén de maderas en Hermanos de Pablo. Nosotros vivíamos en la Concepción. Mi madre decía que Federico y su padre se aprovechaban de mí, pero yo siempre he valorado mucho la amistad y no le hacía caso.

Mientras pienso estas cosas, va la señorita de la emisora y dice que el número de Elfo en el que hay que recoger al pasajero es el 56, y yo voy y me río por dentro. También es casualidad: justo el portal de Federico. Hace tiempo que no le veo, pero da igual, somos como hermanos. O sea, que si mañana necesito algo de él, no tengo más que llamarle. En eso se nota la amistad, en que llamas a un amigo al que a lo mejor hace dos años que no ves y sabes que lo tienes ahí, para lo que haga falta. Yo, siempre que Federico me ha llamado, lo he dejado todo para echarle una mano. Le he echado más manos que él a mí, pero no me gusta tener esos pensamientos porque me parecen mezquinos, así que los rechacé y continué escuchando a la señorita de la emisora.

Parece de cuento, pero después de dar la dirección completa va y dice que al señor al que hay que recoger se llama Federico Vara, así que doy un salto en el asiento y grito:

– ¡Mi amigo de toda la vida! Hicimos la mili juntos.

El taxista era un poco antipático y no dijo nada. Yo estaba emocionado. Esa misma tarde llamaría a Federico ‘¿Adónde ibas tú esta mañana en un taxi?’ Estaba gozando por anticipado de la conversación, cuando va la de la emisora y dice que hay que llevar al señor ese de la calle Elfo al número 77 de la calle María Moliner, que es donde vivo yo. Otra casualidad: mi calle y mi número. Empecé a reírme yo solo y como noté que el taxista se revolvía en el asiento, le digo:

– Es que en el 77 de María Moliner vivo yo.

– ¿Y está usted casado?

– Sí.

– ¿Y el tal Federico es amigo suyo?

– Como hermanos.

– Ya – añadió y regresó al silencio.

En ese instante me di cuenta de lo que estaba pasando y me eché a llorar. El taxista, que no era tan malo, me llevó a un bar y me obligó a tomar una copa de anís. Yo jamás había desayunado anís, pero recuerdo que me gustó, por eso estoy tan seguro de que fue ese día cuando comencé a alcoholizarme. Ella, que sigue en el paro, continúa viéndose con Federico a primera hora, cuando yo salgo de casa para encontrarme con la primera botella del día. Los dos (¿o debería decir los tres?) tenemos, pues, una razón para despertarnos.

– Juan José Millás –

¿Debemos conocer el futuro?

Texto recomendable, extraído de editorialorsai, el cual trata el tema del futuro desde múltiples puntos de vista. Reflexión y relato a la vez, aconsejable no iniciar su lectura si no se va a leer entero (es extenso), ya que carecerá del sentido final:

La madre de todas las desgracias

I.

Los que vivimos tan lejos, con un Atlántico en el medio, tenemos un tema tabú. Sabemos (nos aterra saberlo) que alguna vez tendremos que sacar un pasaje urgente, viajar doce horas en avión con los ojos desencajados, para asistir al entierro de uno de nuestros padres, que ha muerto sin nuestra cercanía. Es un asunto horrible que ocurre tarde o temprano, por ley natural. No es una posibilidad, es una verdad trágica que nos acecha cada vez que suena el teléfono de madrugada. Pues bien. Mi teléfono ha sonado.

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Una nueva era…

6 de Marzo de 2029

(…-El principio del fin de los días- así lo describía el enviado especial a la zona del impacto en la última emisión conocida. Aún nadie da crédito a lo sucedido, a lo que el Antiguo Testamento anunciaba a gritos desde hacía ya demasiado tiempo. Los cuatro jinetes del Apocalipsis ya han partido desde el olvidado Hades a lomos de sus corceles, reos condenados a una cadena perpetua por cabalgar a las órdenes del mismísimo diablo, y se apresuran para recoger tan incalculable botín. Cuantas profecías lo murmuraban, cuantas leyendas urbanas y hechos demostrados transcurrieron en el pasado…Y hoy todos los que poblamos la tierra clavamos nuestras rodillas en el áspero asfalto alzando las manos hacia el cielo, suplicando. Hoy vuelvo a creer en aquel dios al que un día le negué la existencia, el ateísmo servido en bandeja de plata en las vicarias y es que hasta el más puntual para con su mester nos da motivos, el que nunca fue holgazán, la estrella por excelencia, el mayestático sol se ha perdido en la inmensidad de las tinieblas, la noche eterna lo ha engullido todo, la tierra agoniza astillada, no hay sutura que valga, y así es como retornará a sus orígenes donde el metal fundido dejará clara su supremacía, su monopolio.

Días antes de la hecatombe manteníamos nuestros corazones en vilo, rezando para que ocurriera lo mismo que en Tunguska, pero el azar nos ha traicionado, nos ha despojado de la única virtud que merecía ser aprovechada…la vida. Ahora solo quedan un puñado de almas condenadas al exilio sempiterno.

Hace frío, demasiado para sentirlo, pero se que lo hace, un extraño violeta tiñe mis dedos. Tras el gran resplandor, visto desde todos los puntos del planeta, vino la abominable onda expansiva sembrando a su paso un fragor estridente quebrador de tímpanos que barrió miles de años de historia, provocando la histeria colectiva entre los pocos supervivientes, más tarde llegó la calma, y con ella un silencio ensordecedor, ciudades sin vida, sin aliento, desapareció ipso facto el canto de los pájaros, el susurro del viento, el polvo y un mar de cenizas anegaron todo el horizonte que mis pupilas alcanzaban a divisar, el implacable océano que en un principio se mostró como Goliat, golpeando las costas tsunami tras tsunami, ha saciado su apetito con el postre desde hace ya tiempo demasiado suculento para no ser deseado pues miles y miles de de kilómetros de continente han sido devorados por las polutas aguas.

Los bosques se mueren, el invierno a usurpado el trono a una primavera que yace inerte, cadáver. El desastre todavía fustiga mi memoria, los recuerdos me atormentan, como olvidar aquel muro hirviendo de oscuridad que vapuleaba sin tregua la escuálida cariátide que sostenía mi futuro endeble, salvé la vida ¿y para qué?, si ya estaba condenado desde el principio.

Los víveres se agotan mientras nos comportamos como nómadas camino de las tierras altas; los Pirineos. Dicen que Madrid se ha evaporado, allí no hay rastro de vida, solo un inmenso pozo donde la muerte ha recogido ya su cosecha dejando la tierra en barbecho. La misma luz que levantaba a Lázaro de su nicho ahora no llega y se pierde en el espacio sideral, somos hijos de una tierra decadente inmersa en el último de sus declives y mientras los incendios nos despojan a duras penas de la continua penumbra.

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