No hay menos oxígeno en el Everest…

En realidad, no es que haya menos oxígeno. El porcentaje de este gas en el aire permanece constante en toda la atmósfera: sea al nivel del mar o en las cimas de las montañas, siempre es del 21%.

Lo que ocurre es que cuanto más alto ascendemos, menos masa de aire tenemos encima de la cabeza y, por tanto, menos presión, que es la fuerza que necesitan los pulmones para poder absorber ese aire – y con él, el oxígeno– a través de la tráquea.

En la cima del Everest, situada a 8.848 metros de altitud sobre el nivel del mar, la presión es de 0,33 atmósferas, dos tercios menos que en la costa, donde la presión atmosférica es de 1 atmósfera.

En esas condiciones, el aire apenas entra en los pulmones, y los alvéolos no reciben el oxígeno que precisan para incorporarlo al torrente sanguíneo y suministrarlo a los músculos y a los otros órganos del cuerpo. Esa carencia es la que produce el famoso mal de altura, que a partir de los 2.500-3.000 metros de altitud se traduce para muchas personas en cansancio extremo, dolor de cabeza, mareos, digestión lenta, náuseas, taquicardia y, en los casos más graves, edema pulmonar y hasta infarto de miocardio.

Por eso, la mayoría de los alpinistas que suben ochomiles utilizan botellas de oxígeno suplementario. Además, antes de atacar la cima pasan unas semanas de aclimatación entre 3.000 y 6.000 metros. De esa forma, el cuerpo aumenta la producción de hemoglobina, la proteína que transporta el oxígeno desde los pulmones hasta los tejidos a través de los glóbulos rojos.

Una adaptación hematológica completa a una gran altitud se consigue cuando el incremento de eritrocitos llega a su clímax y se detiene. Después de esto, la persona situada en altitudes extremas (5500 m) es capaz de realizar actividades físicas como si estuviera a nivel del mar. El periodo de completa adaptación se calcula multiplicando la altitud en kilómetros por 11.4 días. Por ejemplo para adaptarse a 4000 m de altitud se requieren aproximadamente 46 días. De cualquier modo, ningún periodo de adaptación permite a humanos vivir permanentemente por encima de los 5950 m.

Como caso excepcional es digno nombrar a Babu Chiri Sherpa, quien la noche del 6 al 7 de Mayo de 1999 hizo el vivac más alto de la historia, permaneciendo hasta veintiuna horas en la cima más alta del planeta sin aporte alguno de oxígeno suplementario, después de haber subido diez ocasiones al punto más elevado de la Tierra hasta por cuatro rutas diferentes. Falleció, irónicamente, en 2001 al caer en una grieta cerca del campo 2.

Fuentes: