La verdadera crisis…
Agobiados por la crisis de ricos, no nos queremos enterar de la crisis de los pobres. Hasta la ONU se ha dado cuenta de que millones de personas se están muriendo de hambre y sed y asco. Y de que van a morir muchas más. Si el mundo del siglo XXI no puede evitar este disparate de los precios, si el planeta del XXI no es capaz de conseguir que la gente no se muera de hambre, ha llegado el momento de hacer algo. La verdadera crisis no es la de las hipotecas: es la del hambre.
La crisis de los ricos es terrible, y más aún porque nadie la entiende, porque nadie sabe hasta dónde llega el agujero insondable de las deudas, porque nadie se atreve a saber hasta dónde alcanzan las pifias que han cometido los bancos y todo el entramado financiero de la voracidad institucionalizada. Lo que vemos debajo de tanta basura, tanto logo y tanta soflama es que el sistema está podrido. Siempre lo ha estado, pero ahora hemos alcanzado el clímax de la miseria. Hemos perfeccionado tanto el mecanismo que da soporte a la codicia que ya no hay forma de saber qué está pasando. Los estados se van a quedar sin dinero para tapar tanta infamia consentida y a veces alentada por ellos mismos. Las instituciones internacionales del dinero están ya sacando las cosas por la puerta de atrás. Mientras emiten sus obvios dictámenes y sus monsergas seroleras, todos tienen el helicóptero al ralentí esperando en las azoteas de sus lujosos rascacielos. Pero la verdadera crisis, que forma parte del mismo mundo y del mismo sistema, es que cuanto más y mejor se produce, más hambre se pasa. Cuantos más satélites y más redes y más inteligencia y más información, más millones de personas agonizan sin comida y trabajan por un euro de sol a sol.
La solución pasaría por la democracia de verdad, la que aún no nos hemos atrevido a imaginar. El verdadero problema no es el cambio climático, sino el cambio de ideas: estamos igual que en el neolítico. Hasta el espíritu depredador tendrá que evolucionar alguna vez.
Fuente: www.elperiodicodearagon.com
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