Confiesa el pequeño de once años que reeditará la iniciativa y que «me hace muy feliz saber que hice algo bueno y útil por otros».
Kristian tiene la convicción de que ha hecho algo útil y por demás, difícil. Por eso se le ve tan satisfecho, y sus diminutas pecas danzan en su rostro aún redondo, de niño que todavía no ha rebasado los umbrales de la pubertad.
Recopilar y enviar a Cuba, desde Noruega, ¡casi 400 bicicletas!, ha sido en verdad una tremenda tarea que demandó toda su persistencia y creatividad.
El éxito ha coronado los esfuerzos y concretado el propósito que colmó buena parte de su tiempo en los últimos meses, cuando la ilusión de ver en bici a sus amiguitos de la localidad cubana de Esmeralda era el sueño recurrente que le hacía sonreír dormido, en las noches.
¿Y qué tal si sus compañeros de aula y sus vecinitos de Nittedal, allá en Noruega, le entregaban esas bicicletas en las que ya no iban a pedalear más, y él conseguía darle algún destino «para ayudar y hacer algo bueno por otro país»?
La idea se le había ocurrido durante las últimas vacaciones aquí, en el habitual viaje con mamá, papá y la pequeña Ingrid, su hermana menor, al camagüeyano terruño donde nació abuela Aydelina. A pesar de ser ciudades tan distintas, creo que Esmeralda le gusta a Kristian tanto como Nittedal…!
Sentado frente a mí, cuenta entusiasmado los pormenores de la empresa en un casi perfecto español logrado por los diálogos que fomenta mamá, María Regla, allá entre las montañas heladas donde nació el hijo mayor, para que esa parte de sus raíces también crezca y se fortalezca.
«En nuestro país solo compramos, y después botamos la bicicleta; pensé que algo teníamos que hacer», dice él con cierto tono adulto, como quien reprocha.
Pero Kristian no deja de ser el niño de once años que es. Acaba de llegar a La Habana de Esmeralda, y me muestra una foto donde se le ve en una piscina inflable, con un grupo de muchachos de su barrio cubano. No sé si conoce a ciencia cierta las razones por las cuales aquí hay las dificultades y la escasez que lo motivaron a movilizar a Nittedal para enviar esta donación, que lo ha hecho sentir tan contento. Tampoco le pregunto. (¿Sabrá del bloqueo, del período especial…?)
Para él, sencillamente, el proyecto fue la oportunidad de hacer algo por personas que constituyen «lo que más me gusta» de un país al que no solo le ata su ascendencia materna.
«Él es un niño muy bello por fuera pero también por dentro, y siente por la Isla y por todos los cubanos, un cariño especial», asegura María Regla.
Sus preferencias lo confirman. «De Cuba me gusta todo: Esmeralda, las playas… pero lo que más me gusta es su gente: cómo hablan, cómo viven, cómo sueñan».
Las bicicletas, pensó, no serían solo un regalo para los niños con quienes corre y juega casi todos los veranos sino, también, un medio de transporte que podrían utilizar los adultos.
Acometer el propósito lo ha enorgullecido a él tanto como a sus colegas de sexto grado en Nittedal, quienes le brindaron aliento desde que Kristian puso el primer cartel en la escuela, con la ayuda de «papá», Knut. Él lo ha respaldado desde el principio. No solo enviando emails con el contenido del proyecto «a cada firma (empresa comercial) en nuestra ciudad» sino, después, reparando y acondicionando cada ciclo.
«¿Quieres donar tu bicicleta para Cuba?». Así decía el primer afiche. Luego elaboraron un plegable más completo donde se veían la Isla y Esmeralda en el mapa, y el trayecto que harían los barcos a bordo de los cuales vendría la donación, junto a una información somera sobre la Isla.
Una entrevista publicada por el periódico noruego Varigen, acabó de darle visos de campaña al plan.
Pero el propio Kristian no pensó que la reacción de los suyos sería tan cálida.
«Yo mismo quedé sorprendido. Contestaron muchos, muchos…»
Tantas bicicletas llegaron, que el jardín de la casa quedó colmado y «papá Knut» se convirtió en un verdadero mecánico que pasó semanas ajustando frenos, cambiando un gusano aquí, poniendo una llanta o alzando un sillín allá. ¡Todas quedaron como nuevas!
Cargaron un contenedor solo de bicis, y las que no cupieron fueron embaladas en otro, que terminaron de rellenar con pelotas, patines, y algunos juguetes.
Amante de las matemáticas y la geografía, Kristian también es un devoto ferviente del esquí así como del baloncesto y, ¡claro!: de la pelota.
Aunque todavía no tiene algo definido, sabe que en otro momento reeditará la experiencia de esta vez. Solo que su «ayudante» deberá, primero, tomarse un descanso. «Papá trabajó mucho».
Pero ha valido la pena si un niño puede decir: «Me hace muy feliz saber que hice algo bueno y útil por otros».
Fuente: www.juventudrebelde.cu