Preguntas estúpidas…
Hay situaciones en la vida que jamás se olvidan. Algunas de ellas, en mi caso, fueron ciertas clases de facultad. Una de ellas fue el primer día de la asignatura Electricidad y Magnetismo. Lo recuerdo como si fuera ayer. El profesor llegó, cogió una tiza y mientras escribía en la pizarra dijo:
– Hay cuatro fuerzas en la Naturaleza: las nucleares (fuerte y débil), la gravedad y el electromagnetismo. ¿Son las cuatro independientes o son más bien diferentes expresiones de una única Fuerza? – y con toda la seriedad y sin la más leve sonrisa, mirándonos a todos, añadió – No se sabe. Si algún día uno de vosotros puede demostrar esto, tiene el Nobel asegurado. En esta asignatura, hablaremos del electromagnetismo.
Fue la primera vez que vi a un profesor tratarme como un futuro colega más que como un alumno y ese profesor fue siempre receptivo a que le hiciéramos preguntas. Aprendí muchísimas cosas de él. Sobre hacer preguntas os hablaré en nuestra historia de hoy.
«Hay preguntas ingenuas, preguntas tediosas, preguntas mal formuladas, preguntas planteadas con una inadecuada autocrítica. Pero toda pregunta es un clamor por entender el mundo. No hay preguntas estúpidas. Los niños listos que tienen curiosidad son un recurso nacional y mundial. Se los debe cuidar, mimar y animar. Pero no basta con el mero ánimo. También se les debe dar las herramientas esenciales para pensar.»
Este párrafo anterior es la culminación de un par de páginas del libro, ya citado muchas veces, El mundo y sus demonios. Coincido con Carl Sagan y con Isaac Asimov en que las preguntas de los niños y jóvenes son las más temibles que puede uno recibir. Y, por supuesto, si sus preguntas son las más temibles, sus respuestas llegan a ser de lo más impresionante. Y es que los niños lo ven todo con una óptica mucho más sencilla que la nuestra.
Ya Charles Darwin, en su libro “La expresión de las emociones en el hombre y en los animales” nos explicaba que en cierta ocasión preguntó a un niño de unos cinco años qué era para él ser feliz. Sin pensárselo dos veces, el niño le contestó:
– Hablar, reír y darnos besos.
Una maravillosa respuesta que dejaría a cualquiera fuera de combate, ¿verdad?.
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