El Rincón del Vago…
Primavera de 1999. En un instituto del norte de Madrid, un profesor de Literatura está devolviendo los comentarios de texto de El Quijote corregidos. Cuando llega a Juan, el peor alumno de la clase, le hace levantarse: «Muy buen trabajo, Juan. Enhorabuena. Yo esperaba que no presentases nada, como siempre, pero se nota que esta obra te ha interesado y que la has comprendido mejor que nadie en esta clase», le dijo.
Aquel profesor quiso ver en Juan un genio de las letras inadaptado, pero el resto de la clase sabíamos que Juan no había leído el libro. Ni ese, ni ningún otro.
Lo que sí había hecho Juan es encontrar una brecha en el sistema que nos enseñó pocos días después, en la sala de informática del instituto. «¿Veis? Hay cuatro trabajos de ‘El Jarama’ de Ferlosio. Los descargamos, les ponemos nuestros nombres, los imprimimos y presentamos uno cada uno. No se lo digáis a nadie más, porque si los entregamos repetidos, nos pillan», nos dijo.
A la semana siguiente el profesor nos devolvió los comentarios de ‘El Jarama’. Estaba desconcertado. En plena clase denunció que, de los cuarenta trabajos presentados, al menos treinta eran el mismo con pequeñas o ninguna modificación más allá del nombre del autor.
«De aquí no se va nadie hasta que me digáis quiénes son los cuatro a los que todos habéis copiado», nos dijo. Aquel profesor, ya cercano a la jubilación, temía que estuviésemos coaccionando a compañeros para que nos dejasen copiar su trabajo, y tardamos una hora en hacerle comprender que, en esa nebulosa que era internet a finales de los 90, alguien estaba compartiendo trabajos sin pedir nada a cambio.
«Se llama El Rincón del Vago», le dijimos.
Al día siguiente todo el instituto estaba imprimiendo documentos de El Rincón del Vago y nada volvió a ser lo mismo. Cualquier trabajo quedó bajo la sospecha del plagio y se desató una paranoia académica que los profesores no supieron afrontar: algunos hicieron la vista gorda, otros dejaron de pedir trabajos y unos pocos se vieron obligados a cotejar cada documento con las bases de datos del portal, tratando de detectar párrafos duplicados al tiempo que los estudiantes íbamos sofisticando los métodos para engañarlos. Reescrituras, mezclas de párrafos de distintos comentarios de textos, cambios en la estructura, distintas portadas… hay tantas formas de camuflar un trabajo descargado que los profesores nunca más han podido saber cuándo les dan gato por liebre.
Fuente: www.elconfidencial.com
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