El coronavirus está mostrando lo trágicamente superfluas que eran las milongas con que nos tenían entretenidos los principales tahúres de la política. Todos los que usaban esos espantajos para ganar votos fomentando el odio no tendrá que pelear por un respirador en un hospital público atestado, ni llorarán de miedo ante la pérdida de su empleo y la imposibilidad de llegar a fin de mes. Pero muchos de quienes les votamos, sí.
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