La justicia y la venganza no deberían ir de la mano…
Carta enviada por el hermano de una víctima del 11M al Director del diario El País, no publicada aduciendo su excesiva extensión. Sorprende la lucidez de quién escribe, más aún si se tiene en cuenta el momento de duelo en el que se encuentra redactada:
Sr. Director.
Mi nombre es XXXXXXX (eliminado para preservar su derecho a la privacidad), tengo 23 años y mi hermano falleció funestamente en el tren de Atocha. Hoy me dirijo a usted tras muchas horas de angustia, dolor, miedo y frustración que me han impedido ser mas inmediato en la ejecución de esta carta. No he podido pensar en escribir, no he encendido el televisor ni he cogido un periódico desde el trágico día, tan sólo estaba intentando aceptar la nueva y desoladora rutina que acaba de instalarse en nuestras vidas. He vivido las últimas horas en una desolada y esponjosa apatía, en un mullido colchón de asombro roto sólo por los arranques de lucidez, de consciencia que llevaban lágrimas a mis ojos. Mas ahora que he tenido un momento de reflexión he sentido que le debía algo a Jose, que le debía algo a toda la buena gente, amigos, familiares, conocidos y desconocidos que me han dado sus muestras de afecto en esta hora lúgubre. Les debía al menos este grito desesperado que quizá acerque un paso más el momento en el que esta barbaridad no pueda sucederle a nadie. Ni a esa buena gente que me es cercana, ni a ninguna persona de cualquier confín del mundo.
Hoy se ha muerto una vida, y junto a ella muchas más. Y digo hoy porque el día del Jueves, ese Jueves terrible, ominoso, es un día universal que viene sucediendo desde los principios de la Historia. Es un día en el que toda esperanza se trunca, en el que familias enteras se quiebran, en el que la gente vaga como alucinada con los ojos del color del llanto o de la ira mientras en su mente solo aparece una frase lapidaria: ¡¿Por qué?! Es ese día del que están plagados todas las guerras, todas las matanzas, todos los crímenes contra la vida. Es ese día que hoy en día es todos los días, aquí, en Iraq, en Chiapas, en Haití, en una panadería de Pamplona y en todos los lugares donde el sinsentido deja que ocurran estas atrocidades. Hoy es ese día en que no cabe preguntar por quién tocan las campanas, pues tocan por todos.
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