Niño, ¡quieto! Quieto, ¡quieto! No patalees, no luches, la cagaste, has jugado al juego de mantenerte a flote como podría haberlo hecho una piedra y ahora estás a más profundidad que esa mochila que soltaste para que no te arrastrara a ti. Tu plan de agitar los bracitos en el agua no era del todo malo, la verdad sea dicha: por aquí se ven muertos mucho más absurdos, como esos barbudos que activan el cinturón de bombas y caen a mis calderas convencidos de que los mandan a un puticlub. Piden vírgenes lascivas y yo me río y les pregunto con qué pensaban ayudar a una virgen a dejar de serlo si acaban de volarse la herramienta, ¡ja, ja!
¿No te ríes? Al menos deja de poner esa mueca de agonía. Llevabas un buen rato tragando agua, así que ahora no tiene sentido que intentes respirar. ¿Quieres que te diga cuándo la fastidiaste? Intentando ayudar a tu mamá. Si la hubieras dejado ahogarse tranquila, posiblemente habrías aguantado un poco más. Además, para qué tanta batalla: ella tampoco se salvó.
Pero no empieces a gimotear otra vez, ya sé que eres un niño. Con estos ojos puedo verte ahora esa cara amoratada del mismo modo que te vi con el rostro enrojecido el día de tu nacimiento. Sé que te llamaste Ahmed Ben-Asel. Sé que te alumbraron en 2011 en Homs, ciudad de la que no quedan más que escombros, y que desde que tienes memoria has atravesado la guerra en un peregrinaje. Sé que sabes mejor que Job lo que significa soportar un número infinito de putadas, y sé que no te permitías llorar, porque eso deprimía a tu mamá. Míralo por el lado bueno: donde está ahora no te oye llorar, pero si lo hiciera, tampoco podría deprimirse.
También sé que te preguntas qué has hecho tan mal como para acabar aquí. Los soldados mataron a tu padre delante de tus narices pero no soñabas con la venganza. Tus vecinos lo habían delatado y no les dijiste a sus verdugos dónde se escondían, aunque quizás te guste saber que lo acabaron encontrando. Te mantuviste junto a tu madre, y no desesperaste delante de los kilómetros ni en la barca en la que os echasteis al mar. Y sin embargo, aquí estás, donde arden por toda la eternidad las almas de los que te dejaron morir.
Tú vas a estar poco tiempo, así que deja de hacer hipótesis: no te han condenado por esconder esa patata hervida para comértela cuando estuvieras solo. Que sepas que tu madre sabía perfectamente qué era ese bulto de tus pantalones. Guardarse una patata no es como otros robos. Mereces el cielo como todos los inocentes que has visto morir. Precisamente por exceso de admisiones tengo que encomendarte una misión.
Los círculos de Dante, del más bajo al más alto, están colapsados por culpa del lío que habéis montado tú y tu puñetera gente. No hay día que cesen las riadas de almas infelices reclamando su plaza: inocentes como tú abarrotan las puertas celestiales y los condenados se agolpan ante las torturas luciferales, y eso que por aquí no somos tan mirados como los europeos a la hora de acoger.
De hecho, estamos habituados a los atascos. ¡Si hubieras visto cómo estaban ese par de canales cuando Milósevic se sacó las oposiciones a chorizo en mi barbacoa, o cuando esos africanos rompieron a matarse por asuntos triviales o tribales, o cuando ese tío con cara simpática nos envió un tercio de la población de Camboya en seis meses! ¡El fuego se apagaba por exceso de combustible y en el Ático Celeste temían que los pilares se hundieran por culpa del peso! ¡Tantos inocentes y tantos asesinos entrando sin parar! ¡Un asco! Pues todo eso, comparado con el ‘overbooking’ de tu gente, no es nada. Algo propio de Stalin y Hitler, a los que Yo tengo en Mi Gloria.
Primero, los de Arriba pensaron en mandarte de vuelta a la Tierra convertido en ángel para que hicieras un numerito de los que funcionaban tan bien en la Edad Media, ya sabes: elevarte sobre las ciudades y los parlamentos y derramar el mensaje del Bien sobre la humanidad, pero sabe Dios que los hombres, desde los tiempos de la Peste y los Eclipses, se han convertido en unos cínicos de campeonato.
Desesperados, los buenistas del Ministerio de Epifanías vinieron a mí, que lo sé todo sobre las motivaciones secretas de los hombres y conozco las técnicas más sofisticadas para estimular sus deseos. De modo que atiende: porque dentro de un momento vas a regresar a la Tierra. Tu misión es convencer a la gente con Poder y con Dinero para que abran las puertas de sus países y conviertan sus ciudades y sus campos en el destino de todos los refugiados como tú y como tu madre, y que empiecen a hacer algo serio por frenar la carnicería. Te preguntarás qué puede hacer un niño para lograr algo que no han conseguido ni las mentes más agudas ni las almas más bondadosas.
Yo te lo diré: has de morirte mejor, de manera más aparatosa, más patética, más dramática. No me malinterpretes: tu ahogamiento en medio del mar estuvo bien: chapoteaste hasta quedarte helado, estabas solo en medio de la oscuridad, eras el desamparo encarnado, un punto de vida que sufre y desespera a merced del frío y de las aguas, hasta que te hundiste con los ojos abiertos y una mirada de incredulidad. Pero ¿para qué tanto espectáculo? Allí no había videocámara que grabase, de manera que tu muerte fue como la de los otros cientos de miles de inocentes que han perecido en tu país. No sirvió de nada.
Resulta que la gente que vive en los países ricos es lo bastante estúpida como para permanecer atocinada en medio de un bombardeo de informaciones trágicas, pero luego, también por estupidez, se movilizan como pollos sin cabeza bajo el influjo de una simple imagen. Este verano, un niño más pequeño que tú sacudió de tal forma las conciencias de esos borregos, que las masas exigieron a los Dueños de los países ricos que se comprometieran con tu gente. Por un momento, aquí en el Infierno y allí arriba en el Ático, suspiramos aliviados. Sin embargo, desde entonces, los dirigentes de los países ricos no han hecho gran cosa, y para colmo han hecho creer a las masas de borregos que tú y tu gente vais violando mujeres con minifalda. Así que las riadas de víctimas como tú no han hecho más que crecer.
¿Qué tenía ese niño de especial? Nada: era un mocoso tan irritante como tú, con el cerebro igual de vacío y una noción tan precisa del ‘show business’ como la que pueda tener una rinconera. Pero si hubieras visto la foto que le hicieron… Su cuerpo arribó de bruces a una playa en una postura tan patética que todo él era un canto a la indefensión y la injusticia. Alguien había tenido el tino de vestirlo como a los niños occidentales y llevaba unos zapatitos de esos que provocan suspiros en las señoras con síndrome de nido vacío. Su muerte no fue ni más ni menos que una más y todos los borregos de los países ricos lo sabían perfectamente, pero sin embargo, ¡chas! La foto de su cuerpo sin vida estuvo a punto de funcionar.
Pero una foto ya no tendría el mismo efecto. En seguida se acostumbran, las fotos de niños muertos son como las cervezas: la segunda impresiona menos que la primera. Ahora mismo hay lanchas de ONG en el mar Egeo intentando pillar con vida a algunos de vosotros. Voy a depositarte allí, vestido como un pimpollo. Morirás de frío y de agotamiento justo cuando te hayan pescado. Morirás en sus brazos, con los ojos vidriosos. Yo me ocuparé de que lo graben todo en vídeo. Yo me ocuparé de que esa lancha tenga un buen equipo para grabar y subir tus últimos momentos a una red social. Todo el mundo verá cómo te mueres tiritando en los brazos de esa gente.
Puede que eso les haga reaccionar a la altura de las circunstancias. ¡Vamos, Ahmed, la fama te espera por el camino de Aylan! ¡Tú eres el siguiente! Ve allí y conmuévelos a todos. Que se enteren de lo que significan esas cifras vacías. Que se enteren de lo que significa dar la espalda a los desamparados.
Fuente: http://blogs.elconfidencial.com
Ampliación: To Kyma: Rescate en el mar Egeo