Stanislav Petrov. Este héroe del que prácticamente nadie ha oído hablar salvó al mundo hace casi 33 años de un apocalipsis atómico. Esta es su historia:
Corría el año 1983, plena guerra fría, pero tan caliente como no lo había estado desde la crisis de los misiles en Cuba. El 23 de marzo, el entonces presidente, Ronald Reagan, lanzó la Iniciativa de Defensa Estratégica, conocida también como «guerra de las galaxias”, acusando a Rusia de ser “El Imperio del Mal”.
Reagan no estaba solo. Contaba con Juan Pablo II como gran aliado contra el comunismo. EE.UU y la OTAN planeaban colocar misiles en Alemania Occidental y organizaban un ejercicio militar en Europa. Todo parecía estar perfectamente medido para poder acabar con la URSS.
Pero los líderes de la Unión Soviética recordaban cómo durante la Segunda Guerra Mundial, Hitler había engañado a Stalin con el pretexto de un ejercicio y había, así, lanzado la Operación Barbarroja, el plan para invadir la URSS.
Permitir que se repitiera era inadmisible.
Se prepararon para lanzar todo su arsenal al recibir el primer indicio de ataque nuclear, por lo que la tensión era máxima.Hasta tal punto que el 1 de septiembre de ese mismo año, un avión comercial surcoreano entró por error en el espacio aéreo soviético y no dudaron en derribarlo matando a 269 personas, incluido un senador y varios ciudadanos norteamericanos.
Esta historia no pudo haber llegado en peor momento.
En la noche del 25 de septiembre de 1983, un Coronel de 44 años de la sección de inteligencia militar de los servicios secretos de la Unión Soviética llegaba a su puesto de mando en el Centro de Alerta Temprana de la inteligencia militar, desde donde coordinaba la defensa aeroespacial rusa.
A pesar de ser su noche libre, alguien debió ponerse enfermo porque le llamaron para ir a trabajar. Su trabajo consistía en analizar y verificar todos los datos de los satélites sobre un posible ataque nuclear americano. Contaba para ello con un Protocolo sencillo y claro. Tan claro y tan sencillo que lo había redactado él mismo.
Tras las verificaciones correspondientes, debía alertar a su superior, quien de inmediato iniciaría el contraataque con armamento nuclear masivo sobre los Estados Unidos y sus aliados.
Poco después de la media noche, exactamente a las 12:14 del 26 de septiembre todos los sistemas de alerta saltaron; las sirenas sonaron y las pantallas de los ordenadores mostraban: “ATAQUE DE MISIL NUCLEAR INMINENTE”.
Un misil había sido lanzado desde una de las bases de los Estados Unidos. Pidió mantener la calma y que cada uno hiciera su trabajo. Y él hizo el suyo. Verificó todos los datos, salvo la visión aérea, porque las condiciones climáticas no lo permitían. Aun así, pensaba que debía tratarse de un error, no podía ser que EE.UU mandase únicamente un misil para atacar a la URSS. Así que desestimó la advertencia como una falsa alarma.
Pero, poco después, el sistema indicó UN SEGUNDO MISIL. Y después UN TERCERO, UN CUARTO Y UN QUINTO MISIL.
En menos de 5 minutos, 5 misiles nucleares habían sido lanzados desde bases norteamericanas contra la Unión Soviética. El tiempo de vuelo de un misil intercontinental balístico desde EE.UU era de 20 minutos.
La actividad era frenética. Mientras él analizaba, 29 niveles de seguridad confirmaban que el ataque era cierto, ¿podría todo el sistema equivocarse 5 veces seguidas?
Tenía cinco misiles nucleares balísticos intercontinentales en dirección a la URSS y solo 10 minutos para tomar la decisión “de qué informar” a la dirección soviética, sabiendo que si informaba lo que todo el sistema confirmaba desencadenaría la Tercera Guerra Mundial.
Los 120 oficiales e ingenieros militares, con sus ojos fijos en él, esperaban su decisión.
Nunca antes en la historia la suerte del mundo había estado en manos de un solo hombre como en esos 10 minutos.
Pensó: los americanos aún no tienen el sistema de defensa misilístico y saben que un ataque nuclear contra la URSS supondría la aniquilación inmediata de su propia población. Y aunque desconfiaba, sabía que no eran suicidas. Se dijo: “Ese gran imbécil no ha nacido todavía ni siquiera en EEUU”.
Sabiendo que si estaba equivocado una explosión 250 veces mayor a la de Hiroshima sucedería,decidió reportar un mal funcionamiento del sistema. Paralizados y sudando a mares, él y los 120 hombres a su cargo contaban los minutos que faltaban para que los misiles alcanzaran Moscú.
De repente, segundos antes, las sirenas dejaron de sonar y las luces de advertencia se apagaron. Había tomado la decisión correcta. Y salvado al mundo de un cataclismo nuclear.
Sus camaradas, empapados de sudor, se lanzaron sobre él abrazándolo y lo proclamaron un héroe. Él se desplomó en su sillón y bebió más de medio litro de vodka sin respirar. Al terminar la noche durmió 28 horas seguidas.
Cuando volvió al trabajo, sus camaradas le regalaron un televisor portátil de fabricación rusa para agradecerle su decisión. Al enterarse de lo ocurrido, su superior le dijo que sería condecorado por haber evitado la catástrofe y que propondría crear un día en su honor.
Pero no fue así.
Rusia no podía permitirse que EEUU y el pueblo ruso se enteraran de lo sucedido. Fue reprendido por no haber cumplido el protocolo. Se lo transfirió a un puesto de menor jerarquía. Y poco después se le dio la jubilación anticipada.
Vivió el resto de su vida en los suburbios de Moscú, sobreviviendo con una mísera pensión de 200 dólares al mes, en absoluta soledad y anonimato.
Hasta que en 1998, su comandante en jefe, Yury Votintsev, presente aquella noche, reveló lo ocurrido, el llamado “Incidente del Equinoccio de Otoño” causado por una rarísima conjunción astronómica, en un libro de memorias, que, por casualidad, llegó a Douglas Mattern, Presidente de la Organización Internacional de Paz, “Asociación de Ciudadanos del Mundo”.
Douglas se propuso encontrarlo para premiarle y cuál fue su sorpresa cuando tuvo que ir hasta su casa, ya que no le funcionaba ni el teléfono ni el timbre. Tras preguntar a un vecino del humilde barrio, éste le contestó: “Usted debe estar loco. Si un hombre que ignoró una advertencia de un ataque nuclear estadounidense realmente hubiera existido, habría sido ejecutado. En esa época no había tal cosa como una falsa alarma en la Unión Soviética. El sistema nunca se equivocaba. Sólo el pueblo“.
Finalmente lo encontró en el segundo piso de uno de los edificios. Sin afeitar y desalineado, asomó la cabeza. “Sí, soy yo, pase”.
“Sentí que me encontraba con Jesús cuando él abrió la puerta”, dijo Douglas Mattern.
Tras contarle la historia, añadió: “No me considero un héroe; solo un oficial que a conciencia cumplió con su deber en un momento de gran peligro para la humanidad”. “Solo fui la persona correcta, en el lugar y momento indicado”.
“En un mundo tan lleno de vanidosos que “pretenden” salvar algo cuando en realidad lo único que hacen es daño a los demás y al planeta. En un mundo tan lleno de miserias, mezquindades, egos, avaricia y ambiciones; la humildad de este hombre y su indiferencia por la fama y la importancia, estremece profundamente”, dijo Mattern.
Tras este descubrimiento, cifras oficiales llegaron a la conclusión de que gracias a la decisión de este hombre, se salvaron entre 3 y 4 millones de personas.
“La faz de la tierra se hubiera desfigurado y el mundo como lo conocemos, acabado”, dijo uno de los expertos.
Recibió:
• El Premio Ciudadano del Mundo el 21 de mayo 2004.
• El Senado australiano lo premió el 23 de junio 2004.
• Fue honrado en las Naciones Unidas el 19 de enero 2006. Dijo que fue su “día más feliz en muchos años.”
• En Alemania, en 2011, el dieron el Premio Alemán de Medios, que reconoce a personas que han hecho contribuciones significativas a la Paz Mundial, por haber evitado una potencial guerra nuclear.
• Fue Premiado en Baden Baden el 24 de febrero del 2012.
• Galardonado con el Dresden Preis en 2013.
• Y Kevin Coster realizó el documental “El Botón Rojo” en su honor.
Hoy en día continúa viviendo en su pequeño apartamento de las afueras de Moscú, con su pequeña pensión de 200 dólares al mes, en relativo anonimato. Dio la mayor parte del dinero de los premios a sus familiares y guardó un poco para comprarse una aspiradora con la que había soñado, aunque resultó estar defectuosa.
Al parecer, como explica en esta entrevista, la falsa alarma se debió a una improbable alineación entre el Sol, la Tierra, y el satélite. La tierra actuó como un espejo reflejando los rayos del sol hacia el sensor del satélite, confundiendo a este y haciéndole creer que se trataba de un misil.
Y en el caso de los americanos, también sufrieron una situación similar fruto de una tormenta solar.
Fuente: http://areamundial.com