El origen de las variables…

¿Por qué se usa x, y o z en las ecuaciones matemáticas?

En 1637 René Descartes publicaba El discurso del método y como parte de esta obra había una sección denominada Geometría. En este apartado, como supondrán por el título y podrán comprobar si le echan un vistazo a la obra, las ecuaciones matemáticas son una constante y eso conllevó algún problema a los impresores. Ya saben ustedes que en aquel tiempo, y creo que aún se hace así en algunos casos, se componían los libros colocando las letras tipográficas, con su relieve, en filas que formaban las palabras y estas las líneas y estas al final las páginas.

Debido a las ecuaciones, los impresores comenzaron a sufrir la escasez de algunas letras. Es decir, la letra a, por ejemplo, se usaba en el texto normal y además en las ecuaciones, donde se repetía continuamente, lo que provocaba que escasearan las letras a en los cajones del impresor para componer las páginas. Así, preguntaron a Descartes si era necesario usar la a, y otras similares, o si en cambio en las ecuaciones podían usar cualquier letra.

Descartes respondió que en las ecuaciones las letras no son más que símbolos y que lo mismo da usar la letra a o b que cualquier otra. Y entonces el impresor comenzó a usar las letras menos usadas en el idioma original del libro, el francés. Y ahí aparecieron las letras x, y y z como las clásicas letras para representar las incógnitas en las ecuaciones.

¿Y por qué se usa i, j y k como variables de iteración -contadores- en programación?

Proviene de que en fortran (uno de los primeros lenguajes de programación de uso extendido) las variables integer debían comenzar por una de letra de la i a la n, de ahí que se usaran la i, j, k puesto que son las primeras y el nombre mas corto posible para una variable int y ya se quedo la «convención» para el resto de lenguajes.

Fuente: www.meneame.net

La guerra de los mundos…

Es con toda seguridad el capítulo más famoso de la historia de la radio mundial: Orson Welles retransmite en la radio de EEUU una radionovela titulada ‘La guerra de los mundos’, que narra el ataque de los alienígenas a la Tierra con tal realismo que la gente huye de sus casas, arrastrada por un pánico irracional. Una bonita historia sobre el desmesurado poder de los medios y la frágil frontera entre la realidad y la ficción. Desdichadamente es una historia tan falsa como un ovni de papel de aluminio.

Aquel famoso programa, del que hoy se cumplen 75 años, disparó el mito de Orson Welles y se convirtió en su pasaporte hacia su triunfal carrera en Hollywood, de la mano de la RKO. Cuando se habla de la obra de Welles es inevitable hacer mención a aquella legendaria retransmisión del libro homónimo de H.G. Wells en el Teatro Mercurio de Nueva York, con el sello de la CBS. Un documental emitido el pasado 27 de octubre en Documentos TV explica cómo se gestó la “emisión del pánico”: “Más de un millón de personas se convencieron de que los Estados Unidos estaban bajo el ataque de invasores extraterrestres”, “el país experimentó un tipo de histeria masiva que no se había visto hasta la fecha” son algunas de las frases que jalonan el documental.

El problema es que ninguna de ellas es verdad: “Prácticamente nadie resultó engañado por la retransmisión de Welles”, afirman los profesores de comunicación Jefferson Pooley y Michael Socolow en un controvertido artículo en Slate. Según los estudiosos, la audiencia del programa fue mucho menor de lo que nos ha contado la historia y casi todos los radio oyentes entendieron desde el principio que aquel programa no era más que una dramatización.

¿Por qué ha llegado hasta nuestros días entonces esa versión distorsionada de lo que pasó aquella noche en la costa este de Norteamérica? Por la facundia de los periódicos, que manipularon a sabiendas las consecuencias de la retransmisión en su intento por desprestigiar un medio advenedizo como la radio, que amenazaba su hasta entonces monopolio de la información, según explican los profesores:

“La radio había absorbido una buena parte de los ingresos publicitarios de la prensa escrita durante la Depresión, dañando a la industria de los periódicos. Así que éstos vieron en el programa de Welles una oportunidad para desacreditar a la radio como fuente de noticias. La industria de la prensa exageró el pánico para demostrar a anunciantes y reguladores que la radio era un medio irresponsable y no debía ser confiado”.

Cabeceras como la prestigiosa The New York Times no dudaron en lanzarse a la yugular de su competidor hertziano con motivo del serial de la CBS. Pero el también neoyorkino Daily News llevó la manipulación al paroxismo con su portada: “Una falsa “guerra” radiofónica extiende el terror en EEUU”. La campaña de los periódicos fue tan desmesurada que ‘La guerra de los mundos’ cobró un éxito inesperado… a posteriori: todo el mundo afirmó haber escuchado la radionovela en directo, pero los datos que aportan Pooley y Socolow demuestran que no fue así. Haciendo un osado paralelismo espacio-temporalmente es como cuando todo hijo de vecino vio la cámara oculta de Ricky Martin y la niña del fuagrás, un programa que –lo lamentamos- jamás fue emitido.

En realidad, sólo el 2% de los oyentes que estaban escuchando en aquel momento la radio estaban sintonizando la frecuencia de la CBS, según los autores. Para abundar en este dato, ‘La guerra de los mundos’ fue el vano intento de la cadena para contraprogramar un programa de éxito, Chase and Sanborn Hour, dirigido por el ventrílocuo Edgard Bergen. (¿Un ventrílocuo en la radio? ¡Así cualquiera!).

¿Por qué se ha perpetuado entonces el mito de aquel programa?, se preguntan los autores. En primer lugar “porque confirma nuestro escepticismo cultural sobre las audiencias masivas y el miedo que suele acompañar a la excitación por los nuevos medios”, se autorresponden. No menos importante es la inevitable promoción que aquel episodio supuso para la CBS, para la radio en general y para Orson Welles en particular, que lejos de salir debilitados por los ataques de la prensa escrita, convirtieron ‘La guerra de los mundos’ en un singular ejemplo del enorme poder de influencia del nuevo (en 1938) medio, la hoy venerable radio.

Fuente: www.experiensense.com

¿Por qué 0! = 1?

El factorial (operación !) realmente es un caso concreto de productorio donde el rango inferior es 1 y el superior es el valor del que se quiere conocer el factorial. El productorio es similar al sumatorio que todos hemos visto alguna vez.

Tanto el productorio como el sumatorio realizan una operación con el conjunto de valores incluidos en el rango especificado entre el inicio y el fin, evidentemente el productorio multiplica y el sumatorio realiza la suma.

¿Qué sucede cuando el rango sobre el que se realiza la operación es vacío? Pues que el resultado es el elemento neutro de la operación. El cero en el caso de la suma y el uno en el caso del producto.

Es decir: 0! = multiplicador de 1 a 0 = (rango vacío entonces resultado igual a elemento neutro de la operación) = 1

¿A que sumatorio de 1 a 0 = 0 no le extraña a nadie? Pues lo mismo pasa con el productorio pero con el elemento neutro correspondiente a la operación que representa.

 

Y para terminar, un problema desafío: ¿Cómo calcular un factorial en función de su número de ceros?

Para obtener un cero hace falta tanto un múltiplo de 2 como uno de 5. Como los de 2 son más comunes y ambos están distribuidos de forma uniforme entre los naturales, sin saltos ni nada raro, podemos reducir esto a buscar múltiplos de 5.

De esa manera, 5! es el primer factorial que acaba en un cero.
10! es el primer factorial que acaba en dos ceros.
15! es el primer factorial que acaba en tres ceros.
20! es el primer factorial que acaba en cuatro ceros.
25! es el primer factorial que acaba en seis ceros. Son seis y no sólo cinco porque 25 tiene dos factores 5, y cada uno aporta un cero al resultado final.

 

Fuentes:

«Caballos» de potencia…

Muchas veces hemos escuchado que un coche tiene por ejemplo 115 caballos o que tal persona paga más que otro de impuesto de circulación por tener más caballos fiscales y sin tener la menor idea de por qué nombramos constantemente la palabra “caballo”.

La razón de ello empieza cuando en 1769 el inglés James Watt, decide comparar la potencia de su máquina de vapor con la del medio de trabajo más utilizado por entonces: la fuerza animal.

Para ello realizo una serie de pruebas y cálculos con una rueda de carga en una mina, observando que los caballos la hacían girar 144 veces en una hora. Tras varios cálculos notó que el caballo empujaba con una fuerza de 180 libras, por ello calculó que un caballo podía levantar una masa de 33.000 lb de agua a una altura de un pie en un minuto.

Así nació el primer nombre que tuvo la unidad de potencia, horsepower (traducido como caballo de fuerza o caballo de potencia), y de símbolo HP. Era sencillo de entender, si un máquina desarrollaba 3 HP, quería decir que podía realizar el trabajo de tres equinos sin los problemas que éstos originarían, pero con el problema de que no en todas las naciones se respetaba las unidades de medida, entendiendo que en ciertos lugares una libra de peso o un pie de longitud era diferentes que en otras zonas.

Tiempo después, ya con la Revolución Francesa encima y con un Sistema Métrico Decimal ya respetado por la gran mayoría de naciones, se decidió buscar una unidad de potencia semejante a la anglosajona pero sin utilizar unidades decimales. La nueva unidad de potencia se llamó ‘le cheval au vapeur’, el caballo de vapor (CV), definido como la potencia necesaria para elevar verticalmente un cuerpo de 75 kg de masa, a 1 m de altura en tan solo 1 s, teniendo la siguiente relación entre HP y CV:

1 CV = 0,9863 HP

1 HP = 1,0138 CV

En los países anglosajones se sigue utilizando el HP, por lo que cuando se habla de los caballos de un coche, conviene especificar si son HP o CV. Porque no valen lo mismo, puede que la diferencia sea mínima, pero no es la misma.

Lo único que queda es pagar por él y aquí es donde viene el concepto Caballo Fiscal. Se entiende como una carga impositiva relacionada directamente con la cilindrada del coche, el nº de cilindros y si el motor es de dos o cuatro tiempos.

Pf = Potencia fiscal

T = 0,08 para motores de cuatro  tiempos y 0,11  para motores de dos tiempos
C = Cilindrada en cm³

N = Número de cilindros

Fuente: http://gtosupersport.blogspot.com.es