7,35€ …

Me extrañó que una pareja con un niño de unos cinco o seis años buscara detener mi taxi en una calle tan poco transitada como aquella, barrio de Moratalaz, y a las dos de la madrugada de un lunes. Al subir y decirme rápido “hospital infantil Gregorio Marañón”, supuse que aquel niño habría caído enfermo y precisara de atención urgente. En apariencia se encontraba tranquilo, incluso daba muestras de estar más que acostumbrado a acudir con frecuencia a ese mismo hospital. Llegó a preguntar a sus padres si esta vez le atendería el doctor tal, o la doctora cual, les llamó por su nombre, y que esperaba que esta vez no le hicieran tanto daño. Sería algo crónico, pensé. Aunque tampoco me atreví a preguntar.

No sé si el siguiente dato tiene importancia en esta historia. Eran ecuatorianos, sin más familia en España que ellos mismos. No tenían a nadie que pudiera ayudarles y, por lo que pude deducir de su conversación, él estaba en paro y ella trabajaba por horas cuidando de una anciana en la otra punta de la ciudad. Mañana, de hecho, empezaba a las siete. Apenas cinco horas después de aquel trayecto. Lo atroz llegó cuando el padre tomó la mano de su hijo y, visiblemente avergonzado, le dijo que habían tenido que coger dinero de su hucha para pagar el taxi.

-En cuantito tu mamá cobre el salario, te retornamos el dinero a tu huchita, ¿ok?- le dijo el padre.

Aquello me dejó helado.

El niño, sin embargo, lo aceptó con resignación. Tampoco era la primera vez.

No hablé con ellos en todo el trayecto. Sólo escuché y les llevé lo más rápido posible. Llegamos al hospital y la madre me tendió moneda a moneda los 7,35€ del trayecto. Pero aquel dinero pesó tanto en mi mano, se me antojó tan frío, que cuando ellos se bajaron no pude más que bajar yo también del taxi, acercarme al niño y decirle:

-¿Cómo te llamas?

-Luis.

-Toma, Luis. Para que lo metas en la hucha.

Y le devolví las monedas.

El niño me dio un abrazo y en ese preciso instante, con sus brazos intentando rodearme, pensé en los 22 millones 38 millones de Bárcenas y me dije: Puta vida.

Sublime nilibreniocupado.

Author: Raiden

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