La rúbrica del desahucio…

Comienza un día normal. Sobre mi mesa, veinte expedientes. Veinte familias a las que voy a aprobar que se arroje de su casa para que ésta aumente el stock inmobiliario del banco.

Naturalmente, yo no puedo echarlas con mi sola firma. Ni siquiera puedo tomar la decisión de manera autónoma. Si así fuera, qué se creen, tengo mi corazón, preferiría hacer cualquier otra cosa antes que poner el visto bueno al desahucio. Un visto bueno que significa, en sentido estricto, la autorización para que los abogados del banco emprendan la acción judicial conducente al lanzamiento de la familia afectada.

Pero no me engaño: sé cómo funciona la ley hipotecaria, sé que la gente de cuyas casas se trata es insolvente y que no podrá paralizar la acción; entiendo y asumo, por tanto, que con mi firma, aunque sea tras algunos pasos intermedios, estoy poniendo los muebles de estas veinte familias en la calle. Insisto, y quede claro: no lo hago por mi gusto. Tengo jefes, instrucciones, objetivos. Tengo mi propia familia, y mi propia hipoteca. Si dejara de hacer esto que hago todos los días, y con un poco de mala suerte, bien podría terminar siendo yo el que, gracias a la firma de otro como yo que no tuvo tantos remilgos, me veo con los míos a la intemperie.

Dirán ustedes que menudo dilema moral. Dirán algunos que menudo canalla que soy, salvándome a costa de ser cómplice en el hundimiento de mis semejantes. Otros, no espero que muchos, acaso me comprendan. Y si les soy sincero, yo mismo no sé muy bien a cuál de los dos grupos pertenezco. Va por días, y tiene que ver con lo que traen los periódicos, con el humor de mis hijos, con lo bien o mal que haya podido dormir.

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¿Se puede romper la barrera del sonido debajo del agua?

El sonido, que en la atmósfera se propaga a 340 m/s (1.200 km/h), viaja mucho más deprisa en el agua. Esto se debe a que las ondas sonoras se transmiten en un medio gracias a las vibraciones de sus partículas, que en el líquido interaccionan entre sí con más frecuencia que en el gas. Por eso la velocidad del sonido en el mar es de 1.500 m/s (5.400 km/h).

Cuando un objeto se desplaza a través del agua muy rápidamente, en torno a él se forman burbujas de gas que implosionan –vuelven súbitamente al estado líquido– con gran violencia. Este fenómeno se llama cavitación y es un problema que la ingeniería naval trata de evitar porque daña y destruye las hélices y los timones de los barcos. Un submarino supersónico no escaparía a los efectos de la cavitación, por eso el récord de velocidad bajo el agua lo ostenta un torpedo ruso, el VA-111_Shkval, alcanzando tan sólo los 501 km/h, gracias al fenómeno hidrodinámico de la supercavitación.

Para lograrlo, el Skvall reutiliza parte de los gases de combustión del motor para redirigirlos a la zona de la punta donde se encuentran varias salidas de gases que sirven para aumentar de manera significativa el volumen de gas necesario para envolver el torpedo por su punta chata (cuanto más plana sea la punta del torpedo, mayor supercavitación, pero contradictoriamente mayor fricción; sin embargo ésta se anula con parte de los gases de escape del motor, que son dirigidos a la punta y salen a mayor velocidad de la que se desplaza el torpedo, permitiendo una supercavitación prácticamente total, en el margen de un 98%).

Carta de un pequeño neoliberal…

Querida familia:

Cuando mis padres me pidieron que escribiera esta carta, yo les dije que sólo quería decir dos cosas: gracias por los regalos y gracias por venir. Como mi padre me ha insistido en que diga algo más, voy a hacerlo.

Realmente es una tontería porque lo importante es lo que yo quería decir.

Primero, gracias por los regalos.

Por la bici que soñaron mis abuelos y tíos, mejor que la de mi padre. Por un ordenador que mola más que el de mi abuela. Por una camiseta del Manchester que nos vengará ante el Barça. Por un neopreno para navegar. Por unas zapatillas y un reloj como los de Ronaldo, por unos guantes como los de Casillas y por el resto de regalos…incluyendo el dinero que tanto gusta a mis padres pero es mío.

Pero éstos no son los mayores regalos.

El más importante es haber recibido a Jesús. Ese Dios que nos protege y al que pido que nos siga protegiendo.

Gracias, Jesús, eres nuestro mejor regalo.

Y lo segundo que le decía a mi padre era «gracias por venir».

Porque hoy me acompaña mi familia que es otro regalo tan importante como Jesús. Me encanta que hayáis venido y quiero pediros tres cosas: que sigáis viniendo los que venís mucho, que vengáis más los que venís menos y que me invitéis a visitaros.

Jesús siempre nos acompaña pero, cuando vosotros estáis, es fiesta en mi corazón.

Como le dije a mi padre, gracias por los regalos y gracias por venir. Y es que, a los mayores, hay que explicárselo todo.

Besos,

Alex

Fuente: Transcripción literal de la carta de agradecimiento de comunión de un niño a su familia.